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RINCÓN QUENTE.
En los años 50, Misiones transitaba en lo Institucional su condición de Territorio Nacional hacía su destino de Provincia.
Pese a ello, los pueblos y ciudades de la época tenían en sus estructuras la división de los poderes; aunque en el caso de la Justicia, estaba en manos de los Juzgados de Paz.
Como la yerba mate no poseía aún el desarrollo industrial actual, la actividad económica se diversificaba con la explotación forestal, las plantaciones de tabaco y caña de azúcar.
No era extraño que el Alto Uruguay tuviese una intensa actividad laboral, pese a la falta de caminos adecuados para la conexión de los pueblos, casi todos eran de tierra y en malas condiciones de mantenimiento.
Carretones, carros y carretas eran los medios de transporte más utilizados; los obreros recorrían largas distancias a caballo en medio de senderos y picadas.
En el Paraje La Corita, Santa María, Departamento Concepción de la Sierra, se encontraba “la tabacalera 43” con intensa actividad a mediado del siglo pasado. La “Forestal Mozo” en la zona de San Juan de la Sierra también contrataba obreros para trabajar en los montes.
La influencia del Brasil en los usos y costumbres de los lugareños se hacía sentir ya sea en el lenguaje en “portuñol” o en la música de los bailes.
Los fines de semana, los obreros y las mozas de la región confluían en una pista ubicada en medio del monte, en las afueras del poblado de Concepción de la Sierra, llamada “Rincón Quente” o “Rincón Caliente”, en el lugar conocido como “Ensanche Norte”.
La pista era administrada por “Ico Chaves”, familiar de los Chaves de la zona; entre ellos los músicos Félix y Héctor Chaves, quién contaba con la colaboración de una compañera a la que todos conocían por “La Pilita”, apodada de esa manera por su baja estatura, (aproximadamente 1,40 m) . Ico era una persona altísima, medía como dos metros.
“La Pilita” siempre andaba “calzada”, con un revólver calibre 38 que llevaba en su cintura; algo así como “Pilita la Pistolera”. Ella era la encargada de cobrar la entrada a la pista y también de cuidar las armas, (cuchillos o revólveres), que indefectiblemente le debían entregar los parroquianos para poder ingresar.
La entrada no tenía un valor fijo, era una colaboración de los asistentes para pagarle a los músicos que interpretaban música regional o brasileña sin instalarse en un lugar fijo de la pista; como no había electricidad, tampoco existían equipos de sonido, los músicos iban girando de norte a sur o de sur a norte, según fuese la dirección del viento para que las melodías puedan ser escuchadas por todos los que concurrían al baile.
La diversión tenía la complicidad de un farol o candil, vino o caña brasilera traída de contrabando en unas vasijas de madera. El “aguardiente” se colocaba en botellas de vidrio y se vendía al público con dos precios diferentes, uno más económico “al natural” o “caliente”; o más caro enfriado en el pozo de agua donde se sumergían las botellas en bolsas de arpillera.
De vez en cuando aparecía por el “Rincón Quente” algún policía de Concepción, aunque su ausencia no era un problema para Ico y “La Pilita”, quienes depositaban la responsabilidad para la seguridad en Marcial Cháves, un joven de entre 20 y 22 años, “retobado” y “corajudo”, a quién le faltaba una pierna, pero de un salto montaba el caballo y con un arreador tranquilizaba a cualquiera que hiciera lío. Marcial poseía destreza por ser “domador de caballos”; en una caída una de sus piernas quedó debajo del animal y por ello le fue amputada.
La alegría en el baile estaba garantizada, hombres y mujeres entrelazaban sus cuerpos en la danza, el sonido de la música como dijimos de acuerdo a la dirección del viento; el alcohol brindaba coraje en esas noches de fiesta.
Los Viera, los Cardozo, los Velázquez y otros, no faltaban a los bailes en Ensanche Norte. Junto a las otras personas que por cualquier medio arribaban a la pista.
Para los jóvenes, hombres y mujeres que trabajaban duro en lugares agrestes, la fiesta del sábado era un goce esperado durante toda la semana.
Al marcharse o al finalizar la fiesta, “Pilita” devolvía las armas de los parroquianos, quitando las balas de los revólveres, dejando una o dos en la recamara, quizás para quedarse con municiones o tal vez para evitar conflictos posteriores.
La música quedaba flotando en el ambiente mientras el aire la transportaba hasta la costa del Uruguay.
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4 respuestas
La música según el viento jaja muy bueno… los Velázquez patinetes de Porota serán???… 😆😆
Muy bueno el relato. Rescata nuestras vivencias. Las pistas de baile era lo primordial para obreros y también colonos. Se recuerdan en Apóstoles La Querencia del Santa Bárbara, el Patio del Litoral de Ostroski, cerca de San Javier había uno en el Km 21 y otro en Tres Esquinas (de los Rodríguez)donde dicen que aparecía un bailarín con “patas y pezuñas de vaca) y así muchos más
🤣me imagino a la cobradora con el 38 que locura! Que buena historia! Eran épocas difíciles y todas las diferencias se terminaban a los golpes o en su defecto a los tiros. Algo asi como el viejo oeste… En este caso sería el viejo este
Rescatando historias, una de tus mejores, doc.