AMOR EN EL TREN.

Imagen ilustrativa.
AMOR EN EL TREN.
La noche del 12 de abril, Ismael Taborda subió al tren General Urquiza en Posadas con destino a Federico Lacroze. Ismael era de Oberá, se iba a Buenos Aires a estudiar arquitectura.
Acomodó sus pertenencias. El traqueteo del convoy llenaba el silencio, los otros pasajeros charlaban alegremente Y la experiencia del viaje lo invitaba a la reflexión.
En el camino, el tren se fue llenando de pasajeros con el mismo destino. En Santo Tomé, Corrientes, entre otras personas le llamó la atención una joven de cabellos castaños que llevaba un libro en la mano y un pañuelo celeste en el cuello. Se sentó frente a él con cuidado, mientras el tren partía con un quejido de hierro viejo. El viento y el ruido llenaban el espacio.
Ismael dormitó un rato hasta Paso de Los Libres, hasta que el sol entró por la ventanilla y dibujo una línea entre ellos como si fuese un puente de luz.
Se pusieron a charlar y él le preguntó:
– “¿También vas a Buenos Aires?” –
– “Sí, a estudiar Derecho”- respondió ella.
– “Yo voy a poner ladrillos, uno al lado del otro como si fueran versos… ¡A estudiar Arquitectura!”- dijo él.
Ella dijo que se llamaba María Eugenia Centeno, tenía 18 años, estudió en la Escuela Normal Víctor Centeno y bailó en los últimos carnavales en la “Turma do Fon-Fon”. Reconoció que el viaje la llenaba de un miedo silencioso que no se confesada ni a sí misma.
La sonrisa franca del chico de la “Capital del Monte” le cautivaba, hablaron de todo: de libros, familia, amigos; mientras compartían mate en un termo chato. Cuando el tren se detuvo en Concordia, se bajaron juntos a estirar las piernas. Se tomaron de las manos sin darse cuenta. Cuando volvieron a subir…, “ya no estaban solos”.
Un beso tibio los separó en Buenos Aires, mientras el sol se ponía sobre los techos de chapa se despidieron con un abrazo cálido, sin promesas…, pero intercambiaron direcciones, ella de una pensión en Flores y él de una casa de familiares en Ramos Mejía.
El deseo del reencuentro, indujo a Ismael a comentarle a María Eugenia que a las 9 de la mañana siguiente abordaría el tren en Ramos con destino a Once. Ese tren pasaba por la Estación Flores.
En la estación, María Eugenia se tomó el mismo tren esperando encontrarse con Ismael. Llevaba el mismo pañuelo celeste en el cuello. Él la vio en el andén y fue por ella. Viajaron de pie abrazados al amor y a la vida que los había juntado.
¡La charla posterior en el café fue de antología…!, abrazos, besos intensos sin importar quién estaba y una promesa de amor irrompible como las vías del tren que los acercó.
Por mucho tiempo tomaron ese tren. En cada viaje, recordaban el primer encuentro, sus manos entrelazadas en Concordia, como si fuera un amuleto que solo ellos conocían.
No entendieron por qué razón…, pero el tiempo los terminó separando. Ella comenzó a estudiar en la Universidad de Buenos Aires y él la carrera de arquitectura.
María Eugenia se recibió de abogada y empezó a trabajar en una Defensoría de Pobres, Menores y Ausentes; allí defendía a quienes nadie escuchaba. Ismael no terminó la carrera, pero se asoció con un amigo en una empresa constructora donde pudo prosperar.
Un día en un mercado de San Telmo, entre libros usados y discos de vinilo, se volvieron a encontrar. Caminaron despacio temiendo asustar al recuerdo.
Se abrazaron con fuerza…, con ganas…, un abrazo de dos personas que supieron que, aunque el mundo los separara…, algo los mantendría unidos; no fue solo un tren…, sino el trayecto. Hay encuentros que el tiempo jamás borra.
Se dijeron cosas bellas, hablaron de cartas de amor que no se mandaron. Entendieron que ya no había trenes hacia el pago, que las vías quedaron vacías, cubiertas de hierba como venas olvidadas de la tierra, los vagones ya desaparecieron. Solo quedaron los rieles, paralelos, firmes; como dos líneas que nunca se tocan, pero nunca se separan.
Pese a que no hay tren y aunque el mundo haya olvidado ese trayecto, ellos saben que el amor no necesita locomotoras; porque él sigue andando en silencio…, en el corazón de dos jóvenes. Hay amores que no necesitan destino…, solo necesitan haber partido juntos en un viaje que nunca termina…
Ramón Claudio Chávez.
www.ideasdelnorte.com.ar
Del ferrocarril “Gral. Urquiza”, solo tengo lindos recuerdos y uno de ellos se parece a esta historia, sólo que fue mucho más fugaz.
Hoy veo pasar el tren dos o tres veces por semana, pero es un triste tren de cargas…😔
A los que tuvimos el placer de tomar ese tren y viajar a Bs As , viaje de 22 o mas horas, este poético relato nos transporta a ese momento con mucha nostalgia, gracias por desempolvar tan lindos recuerdos.
Que buen relato Doc. !! Nunca más cierto ” Que dónde hubo fuego…” El corazón tiene varios rincones, y a veces la vida en complicidad con la memoria, les pasa el plumero.
Espectacular relato ..mucha calidez y amor…me copó “Don Kuki”..abrazo!!
El Autor pinta una situación en las relaciones humanas ” en donde hubo fuego, cenizas quedan”. Soy testigo viviente de eso, y a veces, al aventar las cenizas aparece una tímida brasita.