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PEBETE.

EL TURCO YUNIS. –

El turco Yunis había nacido en General Dorrego, Provincia de Buenos Aires. Era descendiente de árabes. Le pusieron de nombre Juan Alberto, pero todos lo llamaban por el apodo “turco”.

Su padre era vendedor de hierro de fundición; y, cuando los hijos llegaron a la mayoría de edad, fiel al estilo de educación familiar, dijo:

– ¡Cada uno tiene que ir a laburar! _

Así, lo hicieron. El turco; que no había completado la secundaria, se fue a la Capital Federal a atender una pizzería en Parque Patricios.

Cuando se refería a ello; y, haciendo gala del “humor ácido” que poseía, decía que estaba cerca de la iglesia y, también, de la cárcel.

No estuvo mucho tiempo en la pizzería por varios motivos. Primero; algunos encontronazos con los dueños; luego, el largo tiempo que debía permanecer en el lugar, lo llevó a buscar cambios de aire.

Para ese entonces, frecuentaba la pizzería un hombre de Paso de los Libres, sugiriéndole ir a la frontera correntina con el Brasil.

_ ¡Allá, siempre hay actividad de un lado del puente o del otro! _ dijo con énfasis para convencerlo.

El turco Yunis, fue a Corrientes en busca de nuevos horizontes; y, también, detrás de una vida nómade.

 Evitaba compromisos estrictos de horarios en los trabajos que realizaba y comenzó, lo que él mismo denominó, “un busca ambulante”.

Como no podía ser de otra manera, vivía en Paso de los Libres, pero frecuentaba también Uruguayana. Aprendió de los que viven del paso; y, la diferencia de precios, que siempre existe, entre una frontera y la otra.

Con el tiempo, se hizo muy amigo de un “contrabandista”, joven ingenioso, que periódicamente trasponía la frontera. El hombre, conocido del personal de Migraciones y Aduana, se movilizaba en una motocicleta de baja cilindrada y siempre llevaba “una bolsa de tres kilos de arena”. Cuando le preguntaban; por qué siempre llevaba arena, contestaba:

– ¡Estoy construyendo de a poco!

Pero sucedió que un día, uno de los encargados de control, se avivo ante el reiterado pase de la pequeña bolsa con arena y, descubrieron que estaba contrabandeando motos nuevas.

En Libre el turco se hizo amigo de la noche y de la cerveza en abundancia. Los brasileños venían a divertirse, favorecidos por el cambio. Toda esta situación lo llevó a enamorarse de una mujer que tenía un niño de cuatro años, María Eugenia, y terminó conviviendo con ella.

En las noches de música y chamamé, conoció y entabló una relación de amistad con Isaco Abitbol, tan turco como él. En reuniones de amigos comentaba que al “Patriarca del Chamamé”, no le interesaba el dinero; si estaba a gusto, deleitaba con su bandoneón, sin horarios y sin tiempo.

– ¡Estoy con mis amigos! -Decía.

Por motivo de las escapadas nocturnas, el turco descuidó su relación amorosa con María, quien, sin previo aviso y de un día para el otro, lo abandonó dejando el hogar para irse con otro compañero. Para Yunis, el abandono, fue “un mazazo al corazón”, lo tomó de sorpresa, no lo esperaba y cayó en una profunda depresión.

– ¡Para mi terminó Paso de los Libres, no tengo suerte con las mujeres!

Vendió algunos muebles, tomó unas pocas pertenencias que le quedaban y se marchó para Rosario. Alquiló una pieza en una pensión y vendía, banderas e indumentaria deportiva, en la cancha de Central los días de partidos.

La calle le enseño a realizar trámites administrativos, también se rebuscaba con eso, habilitando negocios a cambio de un poco de guita.

Vivió como cinco años en Rosario, a pesar de la apariencia de parquedad, era comunicativo con la gente y sus amigos.

_ ¿Turco qué pasa que salís de joda, pero vives solo? _ preguntaban.

_ ¡Yo me entiendo! – respondía, evocando a su perdido amor correntino.

Tiempo después, sus padres fallecieron y mantuvo una relación distante con sus hermanos, que lo tildaban de vago.

 Se cambió nuevamente yéndose a vivir a la capital de la provincia. Su refugio fue nuevamente una pensión. Decía que así se sentía menos solo.

En todas las grandes ciudades existen bares de mala muerte, bodegones, cafés con gusto rancio o pequeños copetines limpios, cuidados, y atendidos como un restaurant de primera línea.

En estos bares se juntan los taxistas, los novios que divagan sobre la vida, o los amigos que se reúnen como si fueran a misa.

En Santa Fe de la Vera Cruz, existía un Copetín llamado Sa-Sa. No se sabía si era el nombre de las dos personas que atendían, que eran los dueños y se llamaban Sabino y Salustiano o si eran sus apellidos Sanabria y Samaniego o si uno de ellos les puso el nombre de sus hijos abreviado; Sara y Santiago o si ambos eran de Colón y le pusieron Sa-Sa por los “Sabaleros”.

 Lo cierto en que el lugar era pequeño, un cinco por cuatro; y, poseía un baño mixto, explotaba los viernes por la noche cuando se jugaba el partido adelantado de la fecha.

El Sa-Sa, estaba ubicado en una esquina de la calle Salta, a dos de la Avenida Freyre. Era frecuentado por los” parroquianos”, en su mayoría “pobres de solemnidad”; venía el sodero, el electricista del barrio, el canillita, los vendedores ambulantes, y lógicamente los estudiantes. Es decir, aquellos que no tenían televisores en sus casas; y, para no ser menos, el turco Yunis.

Los dueños eran buena gente. Sabían que no se volverían millonarios con la clientela, pero éstos, a la vez, eran fieles con el Copetín. Había hinchas de todos los equipos, cuando jugaba Colón no se podía hablar mal de “los negros”. Unión estaba en la primera “B”, así que no existía un fanatismo extremo.

 La gente llegaba sobre la hora de inicio del encuentro, porque una consumición mínima había que realizar. La clásica “una gaseosa con un sándwich de pebete con queso y salchichón primavera. El precio era popular, unos trescientos pesos actuales, que te daban derecho a observar el partido completo. Eso sí, de parado, porque la concurrencia era de 20 personas aproximadamente.

En este bar lo apodaron “Pucho”, como aquel personaje de la serie “Hijitus”, porque siempre usaba camisetas sin mangas. Para entonces, nuestro personaje, estaba cerca de los cincuenta años. Un dejo de melancolía lo acompañaba, convivía con su soledad.

Como tantas veces, en ésta no se sabe si el turco tenía una deuda con el amor o el amor lo tenía con él.

Ramón Claudio Chávez.

www.ideasdelnorte.com.ar

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7 thoughts on “ELTURCO YUNIS.

  1. Que buena semblanza de la vida.En este caso de una particular vida. Casi un relato genuino de pura genetica.El Autor relata casi un “”mapa””del amor, de un estilo y de una forma estructurada de una Raza. Muy lindo Claudio, cada vez mejor. Felicitaciones.Jorge EL COSACO.

  2. Poner la lupa sobre ese turco; uno del mil o quizás igual a mil de esos que pasan por la vida como un engranaje más de la humanidad, es enfrentarnos a la riqueza y la fragilidad de la condición humana.

  3. “Hay 8 millones de historias en la ciudad desnuda…esta es solo una de ellas”
    Los más vetes, seguramente recordarán de dónde saqué esta frase.

  4. La vida de un ser humano siempre es bella .No podemos hacer juicios. Pues no sabemos quién está en la senda correcta, cada uno hace su vida como lo siente .Ahora quién tiene la verdad para decir así es, y así se vive la vida. La verdad, o quien la tiene Es un misterio solo descifrado por el Altisimo.Lupin .

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