Simplemente Felipe.
La tarea del “peón rural” como el hachero, el tarefero, el carpidor, el arreador de animales, etc. siempre ha sido una tarea ruda, difícil y, muchas veces, rodeada de injusticias.
Los tareferos de Misiones y Corrientes se han ganado el sustento con sus manos laboriosas, endurecidas de tanto quebrar los gajos de la yerba mate en las tareas propias de la cosecha. Las escarchas de los días de invierno no hacían mella en su esfuerzo diario para tratar de superar ese número que ellos mismos llamaban, “kiliar”.
Felipe Maidana, uno de estos trabajadores, de contextura mediana, guapo -no soy ningún amarillento, expresaba con orgullo- se dedicaba, a diario, a las tareas rurales de las chacras; sin esquivarle al bulto. Vivía por los pagos del Kilómetro Quinientos Diecisiete, en Corrientes, en la misma frontera con Misiones. En un tiempo armaba morada en las tierras de los patrones. Se ocupaba del trabajo diario y elaboraba su propia huerta de hortalizas. Era alegre; y, durante los fines de semana, “ahogaba las penas” en alcohol como muchos de sus semejantes.
Un domingo cualquiera o uno de los tantos, Felipe, fue en busca de vino al almacén más cercano caminando por las vías del ferrocarril. Estando en el bar, decidió tomar en el lugar. No sabemos si fue una o dos botellas de tinto, que el hombre se bajó sin inmutarse. Lo que sí conocemos es que la borrachera lo trajo de vuelta por las mismas vías que lo llevaron. En un momento de la travesía el cansancio lo venció y se acostó en los durmientes. En el estado en que se encontraba ¡Qué iba a pensar Felipe en la posibilidad de que podría venir el tren de pasajeros! Lo que efectivamente ocurrió.
El maquinista, del Gran Capitán, al observar el bulto en su derrotero; aminoró la marcha. A pesar del esfuerzo no pudo detenerlo y cruzó por sobre el cuerpo de nuestro personaje.
Instantes después, al interrumpir totalmente la marcha, descendieron los empleados ferroviarios y parte de los pasajeros. La intención era levantar el cadáver y trasladarlo a la estación siguiente para las actuaciones de rigor. Grande fue la sorpresa de todos al apreciar que el difunto se levantó ileso, reprochándoles[RCC1] :
– ¡Por qué no me dejan dormir tranquilo! -con la camisa deshilachada y en un tono desafiante
La gente asombrada no podía comprender lo que apreciaba; el hombre se encontraba ileso luego de que el tren pasara íntegramente sobre su persona, con el ruido ensordecedor que producen las ruedas de acero sobre las vías.
Sin duda, Felipe, o no se despertó o si lo hizo permaneció tieso sobre los durmientes. Si hubiera tratado de levantarse, “era hombre muerto”. Al fin y al cabo el estado de inconsciencia le salvo salvó la vida, o Jesús lo protegió porque no era su hora.
El tren se marchó y Felipe los seguía insultando.
Este hecho real e increíble, le ocurrió a Felipe, pero parafraseando al tema “Chamameseros” de “Los de Imaguaré”, le pudo haber ocurrido a Joaquín, a Ernesto, a Tránsito, a Isaco o a cualquiera de los chamameceros.
Felipe no era músico, pero era chamamesero; y, como tal, cerraba los ojos para elegir un chamamé bien de adentro, acostarse en las vías e ignorar que por su cuerpo pasará un tren, pero no lo dañará como si fuera una mariposa.
No baila, pero seguramente reza a un Dios extraño para que lo cuide, lo proteja en esos momentos de desamparo, vaya a saber por qué herida que anida en su alma.
Con el tiempo, cuando alguien lo provocaba, a pesar de su bondad, no dudaba en responderle:
– ¡Mirá, si no le tengo miedo a un tren, te voy a tener miedo a vos!
Felipe siguió viviendo en los lugares de siempre, trabajando como la hacía antes. Solía pasar en bicicleta levantando la mano en un saludo cordial.
Cuando le preguntaban sobre la historia del tren, él, con modestia, repetía lo que recordaba. Quizás con el pudor de que no lo trataran “como un borracho cualquiera”
Al final, Felipe, se fue del todo. Pero su historia quedó grabada en la memoria de la gente lugareña.
Ramón Claudio Chávez.
www.ideasdelnorte.com.ar
8 respuestas
Excelente narrativa.realista. Felicitaciones Claudio
Muy lograda narración, doc.
Un personaje y un episodio extraño en una historia sencilla, sin desperdicios.
La suerte como en muchos órdenes de la vida. La que te hace rico o pobre, lindo o feo, amado o no, la que esquiva para algunos la que es abundante para otros. Esa extraña y caprichosa fortuna que no parece tener reglas pero que alguna función debe cumplir como uno de los hilos dorados del destino.
Excelente relato, doc.!
Excelente relato .Y una incógnita que da rienda suelta a la imaginación. Que pasó ese día con el tren? ….solo Dios lo sabe.
Me gustó mucho. Abrazo !
Un día, al volver de la escuela, yo vivía en el campo y el colectivo nos dejaba a un kilómetro de casa, le cuento a mamá lo que había visto y me dice “los borrachos siempre tienen esa suerte”
Y lo pude comprobar en más de una ocasión, lo que había visto era el rastro que dejaba el tractor a su paso en el camino de tierra, iban de barranco en barranco pero al llegar al arroyo siempre pasaban por el medio del puente. Nunca alguien cayó al arroyo por más ebrio que hubiera manejado.
Muy lindo relato lugareño dr Ramón…abrazo!!
Increible, no era su hora o podría hablarse de un milagro. Jesús lo protegió sin dudas.