LA RAELA POR LAS CALLES DE MEDELLÍN.

CENTRO DE LA CIUDAD DE MEDELLÍN-COLOMBIA.-
METRO DE LA CIUDAD DE MEDELLÍN.-

LA RAELA POR LAS CALLES DE MEDELLIN.

 La Raela andaba en la búsqueda de su desarrollo personal, nuevas y mejores oportunidades laborales, quizás con ello, una carrera en la Universidad. Yo seguía con el banco tratando de ascender, pero cayendo en esa burocracia administrativa de las entidades bancaria que terminan siendo rutinarias.

 Nuestros momentos de goce dependían de esos tiempos, cuando podíamos estar juntos, para hablar de algo profundo, o de cualquier boludez y reírnos de nosotros mismos. La pasión se mantenía siempre pese a los avatares de la vida diaria.

 Los viajes y los momentos compartidos a pleno de a dos, llenaban las alforjas de las ilusiones y sueños propios de los tiempos que estábamos viviendo.

 Una noche la Raela me tira al voleo:

– ¡Negro! ¿Qué tal nuestras próximas vacaciones sin mar?

– ¡No es mala la idea!

– ¡Puede ser la opción Colombia? Le agrego.

– ¡Si quiero conocer Medellín! Me responde.

 Elegimos septiembre, yo tenía vacaciones pendientes y a ella también podía. Partimos de Buenos Aires con rumbo a Bogotá y desde allí camino a Medellín. Llevamos algo de abrigo porque las noches bogotanas suelen ser un tanto frescas por la altura en que se encuentra la ciudad. Buscamos un hotel intermedio para manejar nuestro presupuesto.

 Cuando arribamos a la capital le digo:

– ¡Recuerdo aquella famosa frase tuya de que el hombre de tu agrado debía ser como el café!:

– ¡Dulce, negro y caliente!

De respuesta carcajadas y un beso intenso como las que ella sabía dar.

Al día siguiente armamos un pequeño tour con un taxista que estaba en Hotel; nos llevó hasta las minas de sal, una atracción turística a 200 metros debajo de la tierra. En la carretera arribamos a un cartel indicador que decía:

– ¡Caracas 1.000 km! Yo los puedo llevar y traer si quieren ir.

 Le dijimos que no por la falta de tiempo y la agenda que teníamos programada.

 Bogotá posee una interesante vida nocturna, aunque decidimos cenar en un restaurant cercano, para entrar en calor, pedimos:

– ¡Rolo (gentilicio de los bogotanos), acérquenos dos “polas” o “politas” de las buenas (así llaman ellos a la cerveza) y luego de cenar nos fuimos con ansiedad a en nuestro transitorio alojamiento, para que la noche fuese una fiesta!

En el hotel la Raela no pasó desaperciba, su belleza generaba miradas indiscretas, y los conserjes siempre estaban solícitos para atender sus requerimientos.

 Al día siguiente, mientras hablábamos sobre las diferencias de Colombia con nuestro país, recorrimos los comercios cercanos para observar el comportamiento de los clientes, tanto en los tradicionales como en la venta callejera.

 – ¡Qué lindo es viajar, conocer el mundo, aunque sea Latinoamérica, sus costumbres, sus pueblos!, me susurró al oído con un abrazo intenso.

 A la otra mañana tomamos el ómnibus camino a Medellín, pasando por Facatativá, Cundinamarca y Honda, Tolima, para llegar en un poco más de siete horas de viaje. En el trayecto hablamos de las cosas que tendríamos para contar nuestros amigos de este viaje; mientras sus rubios cabellos se apoyaban en mi hombro. La charla hizo más corto el viaje y más placentero, hasta prescindir casi por completo, del descenso y ascenso de pasajeros en el trayecto.

En las cercanías de Medellín se aprecia la estructura urbana, enmarcada en las sierras que las circundan y que las abrazan. Nos alojamos en un hotel céntrico de tres estrellas, con mobiliario antiguo y ventilador de techo. La idea era poder disfrutar de la ciudad.

¿Por qué te atrajo Medellín? interrogué a Raela.

– ¡Ese misterio de la ciudad pujante, sus contrastes, sus conflictos, incluso la historia de Pablo Escobar! Me respondió.

 La ciudad es muy bella y “los paisas”, así se los llama a los oriundos del lugar, muy hospitalarios. Averigüé en el Hotel cuestiones acerca de Medellín, sus hábitos, sus costumbres, la noche y su seguridad.

 Emocionada la Raela me dice:

– ¡Descubramos Medellín, a eso vinimos!

 Medellín tiene un metro elevado que cruza la ciudad de punta a punta, donde con un boleto podés bajarte en cualquier estación y volver a subir sin pagar de nuevo; o sea podés recorrer la ciudad entera con un ticket. Eso hicimos el primer día y nos faltó tiempo, fuimos en las aerosillas hasta la parte más alta de cerro, donde tenés una vista preciosa de la ciudad tanto de las viviendas sencillas como las más importantes.

 En el metro viajan las personas con pocos recursos, como las otras, porque al desplazarse por rampas elevadas evitan la congestión del tránsito intenso en las avenidas.

 Hicimos un alto al mediodía para comer algo liviano y disfrutar de algo bien colombiano, como el Café Juan Valdez, el café de Colombia. La marca reconocida mundialmente tiene negocios en Estados Unidos y en Europa. Fue propicia la ocasión para que la Raela, con su habitual estilo agregara:

– ¡Como me gusta a mí, dulce, negro y caliente!

El Hotel estaba ubicado a 400 metros de la enorme plaza donde se exhiben las enormes esculturas de Fernando Botero, el artista más famoso. A instancias de Raela fuimos hacía allá, en el camino me cuenta que la obra emblemática del artista se llamó “Torso de Mujer”, pero el imaginario popular la bautizo como “La Gorda de Botero”, quién ha sido testigo de todo lo acontecido en el centro de Medellín, de los amores, los desamores, alegrías y violencias, negocios exitosos o fallidos, risas y llantos, de quienes esperan que llegue alguien o solo esperan que pase el tiempo. El mismo al comprender que su obra se convirtió en punto de encuentro dijo:

– ¡” Es como hacer un retrato de la Virgen que resulte milagroso!

Incluso “La Gorda” tuvo su propia boda un domingo de fiesta, y el afecto de “los paisas” hacia ella, no lo pudo desbancar ni siquiera la llegada del metro. Una réplica está en el acceso del Banco de la República.

 Durante la noche caminamos un kilómetro para llegar a un boliche, escuchamos música y disfrutamos de unos tragos. En el regreso ingresamos a un Casino iluminado totalmente, que estaba lleno en la mitad de su capacidad. La Raela quiso jugar unos dólares, mientras los hombres fijaban su atención en esa mujer que derrochaba encanto. Le fue bien, de los doscientos que aposto, tenía luego de media hora mil doscientos. Se le acerca una persona y le pregunta ante la mirada indiscreta de las otras personas:

– ¿Señorita me puede decir su nombre?

– ¡Gladys Mijares! le responde.

 El hombre anota y ella le pregunta:

¿Por qué me pregunta eso?

 – ¡Es por los controles por lavado de dinero!; recibió una sonrisa irónica de la interpelada.

 – ¡Por si acaso no juegues más! le susurro al oído.

 Nos vamos por la avenida rumbo al hotel, mientras sorteábamos personas arrumbadas en las veredas, envueltas en un vaho de alcohol y marihuana.

 Era tarde, nos bañamos, estábamos fatigados por el trajín diario, pero ella, tomo la iniciativa y con un exquisito toque de erotismo no quiso que la noche terminé allí.

 Al otro día fuimos hacia el otro lado de la ciudad en el metro, había menos edificios de altura, pero siempre un constante movimiento de personas, al mediodía almorzamos en un bodegón una exquisita “bandeja paisa” y volvimos a media tarde.

 – ¡Colombia es el país de la cumbia y los vallenatos antes de volver tenemos que ir a bailar esa música! lanzo la Raela. Esa noche encontramos el lugar adecuado, cruzamos por un angosto sendero donde un cartel decía:

– ¡Cerveza 10 pesos!

– ¡Tequila 15 pesos!

– ¡Aguardiente 20 pesos!

El recepcionista nos advirtió que, en ese lugar de música tropical, no se vendía gaseosa, que el ambiente era de fraternidad, y cualquiera podía bailar con cualquiera.

 Así era, la Raela miro el movimiento de las chicas, sobre todo de la cintura, y enseguida se enganchó con el ritmo. A mí como siempre me costó un poco más, pero nadie objeto nada.

 Es innecesario que lo aclare, pero mi pareja se destacó rápidamente en el baile y su donaire arrollador. Dos horas estuvo bailando música tropical-de la verdadera- con distintas personas que compartían la velada; yo hice lo mismo, pero me invadía cierta vergüenza al ver danzar a esas mujeres con tanta gracia.

 La última noche de hotel fue superlativa, el sentimiento amoroso nos elevó por sobre el cansancio físico, el deseo y el erotismo mutuo nos trasladó a la plenitud de la vida, nos provoca a que ese instante se transformen en eternidad y concluya cuando los rayos del sol inundan la ventana de la habitación.

 Tuvimos que empacar las maletas rápidamente para el regreso. En el avión le digo a Raela:

¿Qué te pareció el viaje?

– ¡Una belleza, un espectáculo mi amor!

¿De Pablo Escobar que averiguaste?

Eso es para un libro, no una historia.

Ramón Claudio Chávez.

www.ideasdelnorte.com.ar

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7 respuestas

  1. Querido Ramón Claudio. Qué placer leer tus maravillosas historias. Te diré qué a través ellas estoy conociendo gran parte de mi querida América y otras partes del planeta tierra .Solo agradecimiento por cada uno de tus comentarios y vivencias que son únicos y nos transportan a cada lugar como si allí estuviéramos. ABRAZOS DE OSODEL AMIGO QUE MUCHO TE APRECIA.LUPIN .

  2. Hubiera querido que se queden unos días más! A quien pregunto cuál será el próximo proyecto turístico? Al Negro, a la Raela o al Doc.? El futuro está en la borra del café. Seguramente disfrutado negro, dulce y caliente

  3. Emocionado con la aparición de la Raela…la extrañaba. Y que bueno que en la tierra del riquisimo Juan Valdez haya mostrado sus encantos…
    Por más Raela en tus escritos. Un abrazo.

  4. Hola amigo, bien benidos ” el Negro y la Raela, como dijeron algunos se los extrañaba, muy buena la descripción de los distinos lugares, donde el “rubio pelo deja caer sobre el hombro, mi intriga, es la indumentaria que usa la Raela en cada salida. Jajaja.

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