COSAS DE ARRIEROS Y VAQUEROS.

ESTA IMAGEN PUEDE TENER DERECHOS DE AUTOR.
ESTA FOTOGRAFIA PUEDE POSEER DERECHOS DE AUTOR.

COSAS DE ARRIEROS Y VAQUEROS.

 Los inmigrantes polacos y ucranianos que colonizaron el norte Corrientes y Misiones trabajaron duro para sembrar y cultivar la tierra. Por entonces, no existía la tecnología actual, y todas las tareas debían realizarse en forma manual, con el aporte invalorable de caballos, bueyes, vacas, etc.

 Era común ver al gringo sentado sobre el arado arrastrado por una yunta de bueyes, para preparar la tierra que luego sería sembrada y posteriormente cultivada. Los denominados “carros polacos” eran el medio de transporte de las mercaderías que llevaban al poblado para vender o intercambiar por otros insumos. Estos medios de transporte eran tirados por dos caballos.

Para poder cumplir con tan esforzada tarea comenzaban su labor al alba y la concluían al atardecer, dependiendo de la estación año; aunque los fríos intensos o los calores insoportables no eran impedimento para la realización de los trabajos agrícolas.

 Los “arrieros” por su parte, eran las personas encargadas del transporte de mercancías por tracción animal. Personajes del entorno rural que con sus caballos establecían rutas naturales y directas de ingreso a las diversas poblaciones. En ellos recaía la toma de decisiones y responsabilidades de los lugares donde debían realizar las paradas, a que ritmo arrear para que el ganado se desplace. El animal no debía ser carneado cuando estaba cansado.

 Era común visualizar en poblados como Apóstoles el ingreso de las tropillas por las calles Humada Ramella-antes John Fitzgerald Kennedy- y Las Heras, al borde de el surco terrado y los amplios espacios linderos. El ganado criado en establecimientos como la estancia Garruchos, era llevado hasta potreros o corrales de la periferia para su posterior faenamiento y distribución en las carnicerías del pueblo.

Algunos afirman que la palabra arriero, proviene de la frase que ellos mismos utilizaban para llevar la tropa, “arre”, “arre”, aunque no está debidamente probado. El arriero no solo debía ser un buen jinete, debía agregarle destreza y fuerza para “enlazar” y contener a algún “toro mañero” que intentaba apartarse de la tropilla.

 Si recurrimos a Wikipedia, nos enteramos que la mensura del poblado de Apóstoles fue realizada por Juan Queirel en el año 1896, cuando existían únicamente dos caminos, uno que provenía de Garruchos y el otro de San Carlos, que luego de unirse formaban un tercero que partía hacía Concepción de la Sierra.

 De a poco el poblado fue creciendo, algunos colonos en la década del cincuenta compraron terrenos amplios, buscando nuevos horizontes, estudios para sus hijos y compartir sus vidas con la gente del lugar. Un trago por la tarde en alguna taberna o la “tercera misa” del domingo, más conocida como la misa “de los polacos”. Los carritos de la colonia ocupaban gran parte del predio que hoy es la plaza principal.

 Nos contaba Rafael Enrique Yasnikowski que los nuevos pobladores traían consigo una vaca lechera que pastaba en los terrenos baldíos o “sitios” como el común de la gente los denominaba y la leche era para la familia o para vender a los vecinos.

 Las vacas terminaron pastando en los lugares públicos, casi no había autos, pero a veces producían algún incidente como ocurrió con el Comisario del pueblo. El personaje de robusta contextura estaba tomando en un bar ubicado en las inmediaciones de la Escuela Normal cuando advierte un alboroto fuera del edificio, sale inmediatamente a proceder y no advierte una valeta bastante profunda donde estaba recostada una vaca; el nombrado da un paso en falso y cae de espaldas sobre el animal que asustado se levanta y comienza a correr. Imaginemos los gritos al caer de la máxima autoridad policial y las sonrisas irónicas de los presentes.

 Corría el año 1956 al momento de la anécdota, el Comisario fue en busca del Intendente para solicitarle que habilite un corralón y saque de circulación a los animales que andaban sueltos por el pueblo. Este último dio cumplimiento al pedido porque había muchas quejas y estableció una multa de cincuenta (50) peos moneda nacional, y si en unos días el propietario no concurría a retirar mandaba a sacrificar el animal al matadero, la carne se vendía a beneficio del Hospital, las escuelas o la Parroquia.

 La autoridad del municipio imbuida de la historia del lejano oeste,” Los cazadores de recompensa”-en particular el caso de Jesse James y los diez mil dólares de recompensa-Dispuso una recompensa de quince (15) pesos moneda nacional para el que arrimaba un vacuno al corralón.

Muchas veces las resoluciones dictadas con buenas intenciones terminan fracasando en su aplicación. Algunos vecinos pícaros y alumnos de la secundaria que vivían solos se hicieron de unos pesos cobrando la recompensa, incluso en una oportunidad, sacaron diez vacas lecheras de un corral ubicado fuera del ejido urbano y lo entregaron en el corralón municipal.

Con un poco de fantasía, nos imaginamos las conversaciones de los animales en su lugar de detención:

¿Y a vos porque te trajeron?

– ¡No sé, yo estaba pastando y vino un hombre y me desato!

 El Intendente Municipal dejó sin efecto el pago de la recompensa y creo un sistema de vigilancia mediante un hombre pobre que mendigaba a caballo porque tenía dificultad para caminar; lo contrato como “Guardia Montada” para que recorra el pueblo y si encontraba una vaca suelta la arreaba hasta la casa del dueño y le previa que en la próxima iría al corralón. Una especie de intimación.

Al fin de cuentas el pueblo era chico todavía, todos sabían a quién pertenecía el animal, el mendigo tenía buen corazón:

“Como iba llevar sin avisar el animal al corralón de una persona a quién alguna vez vino a pedirle ayuda”.

Eso habla de su grandeza de espíritu.

Ramón Claudio Chávez.

www.ideasdelnorte.com.ar

Compartir

2 respuestas

  1. Con sabor a nostalgia éste relato de ese ayer reciente, que tan lejano parece. En cuanto a la agrimensura en los campos del Departamento, parece que un tal Croare ‘, francés de origen, hacía el trabajo de campo con ayudantes paisanos y Queirel quedaba en la oficina y firmaba.

  2. Que buen relato. No viví eso cuando fui a vivir a Apóstoles. Pero recuerdo la sra que llevaba la leche a casa. Un carro polaco que hacía terrible ruido en la calle empedrada avisaba su llegada y frenaba con una alpargata que se apretaba a la rueda. Nos quedabamos sin luz eléctrica a las 10pm y sin agua , porque no se podía prender el bombeador…era todo rojo, a veces me cansaba la vista. Pero ese lugar tenía algo de magia. Allí quedaron mis padres, los viajeros incansables, los que se mudaban siempre….allí voy hace más de 50 años y por lo que quede de mi vida en este mundo. Ese es el tema de tus relatos, me trasladan a otros tiempos. Nunca dejes de escribir!! Abrazo!

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *