UN PAISANO ENTRERRIANO.

ESTA IMAGEN PUEDE ESTAR SUJETA A DERECHOS DE AUTOR.

UN PAISANO ENTRERRIANO.

Juan Manuel Arancio, “Manolo”, un entrerriano de los pagos de La Paz tenía que viajar a Paso de los Libres para pasar las fiestas, en los tiempos en que los fines de año reunía a toda la familia.

Trabajaba con los Jacobo; recién consiguió licencia el 23 de diciembre al atardecer. Se le complicaba el viaje porque los medios de transporte no eran demasiado y con motivo de las fiestas el pasaje siempre estaba completo.

Colectivo directo no tenía desde la ciudad del norte entrerriano para tomar el coche motor que venía de Paraná, debía hacer una conexión con un colectivo de media distancia. Andaban los ferrocarriles. Los tiempos eran posteriores a la “época que se ataban los perros con chorizo”; pero no tanto.

Se decidió por la línea de colectivo que unía La Paz con Chajarí, con escala en San Jaime de la Frontera. Allí había estación de trenes y podía abordar la formación que venía de Paraná. A las cuatro y media de la madrugada del 24 estaba en la Terminal para partir a las cinco. El cole estaba repleto y era bastante antiguo, de las averiguaciones que realizó estimó llegar a horario para realizar el trasbordo.

El bullicio era generalizado, todos hablaban de sus motivos de viaje, visitar a los parientes, encontrarse con los padres, amigos y vecinos, para compartir la Noche Buena. El día se presentó caluroso, no eran tiempos de aire acondicionado en los transportes Y las ventanillas se abrían a pleno para que ingrese el aire y la tierra del camino “enripiado”. Las ropas más claras se ponían marrones al igual que los “sanguches” que el pasaje degustaba. Todo ello no opacaba la cordialidad que el ambiente festivo de fin del año regalaba.

Las paradas para que bajen y suban pasajeros en el camino eran una constante. La gente terminó viajando de pie aferrándose a los pasamanos del vehículo; el aire que ingresaba empezó a tornarse más caliente y el olor a traspiración más presente.

Al llegar a “Los Conquistadores”, el chofer detuvo la marcha frente a un almacén con techos de paja, que oficiaba de “Parada” para que los pasajeros en un lapso de quince minutos adquiriesen algún refresco.  El local estaba justo enfrente a la estación trenes; Manolo le pregunta al conductor: –

” ¿Tengo tiempo de ir a realizar una consulta breve a la estación del ferrocarril? “-

“¡Sí pibe, andá tranquilo, tenemos tiempo!” –

Arancio cruzó la calle hacia la estación; el empleado ferroviario estaba respondiendo a una comunicación. Al concluir, el visitante le pide información respecto del horario en que pasaba el coche motor por San Jaime.

– “¡A las doce, fue la respuesta”! –

 Regresa inmediatamente para continuar el viaje y con estupor comprueba que el colectivo se había ido llevándose su bolso con sus pertenencias. Se puso mal, nervioso, sin comprender que el chofer no lo esperase pese a la charla mantenida. La contrariedad le nubló la vista, ¿comó haría para estar a horario en la estación de San Jaime y comó recuperar sus cosas?
Atinó a salir corriendo hasta la ruta de acceso al pueblo unos ochocientos metros desde el almacén, con la vana ilusión que el medio de transporte se detuviera para alzar otro pasajero y poder ascender nuevamente al colectivo. Su desesperado andar fue inútil, lo único que pudo apreciar fue una polvareda lejana que el “bondi” dejó en su camino.

Juan Manuel se paró a un costado de la ruta sin saber qué hacer y como alcanzar al colectivo antes de que llegue a San Jaime, ya que su destino final era Chajarí y hasta allí iría su bolso. Hizo dedo a todos los autos que pasaban y ninguno se detuvo. Su desesperación y bronca iban en aumento, contra el chofer primero, y luego contra cualquier cosa. Se imaginaba una nochebuena en medio de la nada.

Luego de un tiempo que le pareció un siglo, apareció un hombre a caballo; un paisano entrerriano, vestido con la indumentaria campera: alpargatas, bombacha de campo, camisa con pañuelo al cuello y sombrero alado para resguardarse del sol. El hombre parecía no tener apuro y se prestó para la charla.

– “¡Buen día!”, ¿comó anda amigo?”

– “¡Pa la mier…!”-, fue la respuesta.

El paisano sin bajar del “zaino” permaneció en el lugar, mientras Juan Manuel le contaba toda su desventura.

– ¡Mi nombre es Jacinto Valenzuela, soy peón rural de la Estancia “La Morocha”, ¡y el patrón me ha dado franco por Navidad! La presencia del gaucho le otorgó algo de tranquilidad al viajero, no se sintió tan solo, a pesar que no había solucionado nada.

– “¡No se preocupe mi amigo, en un rato va pasar un ómnibus de “El Federal” que va hasta Libre, ¡puede tomar ése”.

– “¡Acá no va a parar, seguro que viene con pasaje completo, además yo debo bajarme en San Jaime para recuperar mis cosas!” –

Con la serenidad de la experiencia del duro trabajo de campo, el paisano le aseguro que lo haría. Al rato se acercó un ómnibus de la empresa. Juan Manuel hizo señas para que se detenga y fue en vano. El colectivo pasó de largo.

– “¡Vió que le dije que no iba a detenerse!” –

– “¡Tranquilo mi amigo, en un ratito viene otro y va a parar! “.

Así fue; el siguiente se detuvo. Al abrir la puerta, Arancio asciende con premura mientras Jacinto lo despedía con una sonrisa y el sombrero en la mano en un gesto de cordialidad. El conductor del micro le dijo que no podía llevarlo porque tenía pasaje completo. Le pidió por favor, lo acercara a San Jaime donde iba a descender. De “gauchada” lo trasladó sin cobrarle el pasaje luego de escuchar las penurias que Manolo le trasmitió. Se acomodó en el piso hasta su próximo destino.
El joven de 22 años que se dirigía a Paso de los Libres esperaba encontrarse con su bolso en San Jaime, aunque el colectivo ya estuviese rumbo a Chajarí.

Al llegar a destino le agradeció al colectivero por su noble gesto, desciende y se dirige a un comedor del lugar que oficiaba de “Parada” del otro transporte. Ingresa y consulta por el colectivo que hacía el recorrido La Paz-Chajarí-.

– “¡Ya se fue! “-

“¿No dejo un bolso de color claro de un pasajero que se bajó momentáneamente en Los Conquistadores ¿”

El dueño del restaurante le dice que va llamar a la terminal de Chajarí para informar la novedad y solicitar que en el primer colectivo que venga para San Jaime traiga el bolso.

-“¡Todavía no llego allá, pero le van a decir al chofer!”

Vinieron dos colectivos desde Chajarí y en ninguno su bolso. Volvió a intranquilizarse. Llegó un tercero con su ansiado equipaje. Eran las dos y media de la tarde y el coche motor ya había pasado. Estaba otra vez en la vía, “¿pasaré la Navidad en san Jaime de la Frontera?”.

Nuevamente se le acercó el dueño del lugar y le comunicó que a las cinco pasaba el último colectivo hasta Paso de los Libres. Esta vez tuvo suerte, estaba libre el último asiento del colectivo, no le importaba. Compró el boleto y emprendió el viaje final; la hora de arribo era a las nueve y media de la noche.

Su familia no sabía donde estaba, las comunicaciones eran escasas, pensaron que no pudo conseguir permiso en el trabajo y debió permanecer en La Paz.

Su llegada fue un motivo de alegría inmensa, estaba toda la familia reunida festejando la nochebuena. Los abrazos de todos, los besos y la alegría del reencuentro fueron algo hermoso por todo lo que padeció en el día.

Luego del brindis de medianoche, dos de sus primas le invitaron para ir al “Boliche”; físicamente estaba destrozado, pero quería disfrutar las compañías y muestras de cariño y afecto; por lo que decidió acompañarlas.

Estaban matando el tiempo mientras los conocidos se saludaban por la Navidad. Las chicas de minifaldas, los hombres de pantalón palazo y camisas entalladas. desparramaban bullicio y algarabía antes del baile.

De pronto Juan Manuel Arancio observa en la vereda del local a un hombre solitario cruzando el lugar, con ropa de campo: alpargata, bombacha campera, camisa y pañuelo, mirando a los concurrentes con cierta sorpresa. Se le vino a la mente Jacinto Valenzuela, que, con la sencillez de un hombre de campo, le enseño a uno de la ciudad, que una mirada serena de la adversidad es una mejor solución a una reacción agresiva que no conduce a nada.
– “¡Felíz Navidad!”.

Ramón Claudio Chávez.

www.ideasdelnorte.com.ar

Compartir

7 respuestas

  1. A veces resulta difícil lograr esa ” mirada serena” ante la adversidad. La mayoría de la veces sobredimensionamos los percances, muchos de los cuales, luego, desde la perspectiva del tiempo pierden su gravedad. Es así y forma parte del aprendizaje de la vida

  2. Hermoso relato.
    Particularmente a mí, el dolor me dado esa serenidad ante la adversidad.
    Créanme que es la tranquilidad es la mejor respuesta ante un hecho adverso. Obviamente, no es lo mismo ante la pérdida de un ser amado.

  3. El relato de un hecho en un lugar, que por cierto los conozco, la época dónde se desarrollan y sus adversidades, siempre nos dejan una enseñanza. El deseo de compartir momentos importantes en familia y el afán de llegar de cualquier modo, marcan una personalidad más aplomada. En mi pecho galopan recuerdos parecidos.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *