LA COSTANERA CORRENTINA.

LA COSTANERA CORRENTINA.

Tenía que viajar a la ciudad de Corrientes, luego a Resistencia, Chaco, para encontrarme el fin de semana con “La Raela”, a quién hacía un mes y medio que no veía

Salí del Banco a las 13,30, le entré a un sándwich de milanesa con un vaso de gaseosa y emprendí el viaje hacia la capital correntina. No quería llegar muy tarde, porque debía encontrar alojamiento e ir a buscar a Raela a la ciudad de Resistencia donde estudiaba Ciencias Económicas.

Una sensación extraña recorría mi cuerpo y mis pensamientos. Con toda la adrenalina que siempre me generaba ella en todos los momentos compartidos de nuestra relación.

Ya en camino me detuve en la estación de servicio de Itá Ibaté para cargar combustible y estirar las piernas. Retomé la Ruta 12 con la compañía de la música grabada en un pasacasette.

Eran los últimos días de un noviembre cálido, el verano cercano presagiaba altas temperaturas propias de nuestra región.

Conseguí alojamiento en el Hotel de Turismo de la capital de la República de Corrientes y crucé el río en busca de mi amada en la ciudad de Resistencia.

La Raela vivía en una pensión de la calle Rodríguez Peña, cerca de la Estación del Ferrocarril General Belgrano y de la misma Facultad de Ciencias Económicas; con Evelyn una estudiante de la misma carrera oriunda de Oberá. Me estaba esperando con la frescura que irradiaba su rostro tan movilizante en mis sentimientos.

– ¡Negro al fin llegaste! – gritó en la puerta.

Nos abrazamos con fuerza, esos abrazos esperados por los dos, ingresé a la habitación, saludé a Evelyn y le expliqué los planes. Retornamos a Corrientes, mientras ella me contaba cosas de su vida universitaria sin quitarme los brazos del cuello demostrando el romanticismo del reencuentro.

Yo ya sabía, pero volvió a decirme que había aprobado “Análisis Matemáticos”, que estaba cursando “Contabilidad” y “Economía” y que estaba feliz por sus logros en la Universidad.

La medianoche del viernes nos encontró en un “carrito” de la costanera con choripán, cerveza y la víspera del sábado por disfrutar. El cansancio del viaje y las clases de la facultad, nos invitaron a guarecernos en el hotel entre abrazos y besos apasionados que nos estábamos debiendo. La Raela y su figura escultural eran una invitación al erotismo marginal, envuelto en caricias, besos y cuerpos entrelazados. No teníamos música, no hacía falta. La brisa de la madrugada nos trasladó sin tiempo hacia ese nuevo día.

El sábado empezamos tarde, desayunamos, hablamos de nuestras cosas, el banco, el pueblo, la facultad, los nuevos amigos, los nervios, el aprendizaje de ese nuevo camino en busca de algo superior.

El calor agobiante invitaba a una tarde de playa, averiguamos y nos sugirieron la playa de arena sobre el Río Paraná ubicada del otro lado del puente General Belgrano. La “movida” se pone linda, hay buena arena y linda gente. A ese rumbo nos dirigimos.

Alquilamos una sombrilla para cubrirnos del sol, Raela. Como no podía ser de otra manera, lucía una pequeña bikini que resaltaba su cuerpo escultural. Había muchas chicas lindas en la playa, pero yo sabía quién era la más bella.

Como la playa no tenía un Parador para adquirir bebidas, me dirigí a un almacén cercano, traje dos cervezas y una gaseosa para cortar la tarde. La Raela entraba y salía del río y las miradas indiscretas la acompañaban en su recorrido. A mi no extrañaba porque eso siempre pasaba.

La charla compartida junto al río nos llevó a las confidencias propias de un reencuentro esperado, tocamos los temas familiares, la nostalgia que nos producía la distancia, una situación nueva que obligaba a reconfigurar nuestro amor.

– ¡Sabes que el otro día un profesor de la facultad dijo que “las chicas más lindas estaban allí”! -me dijo con satisfacción-

– ¡Los chicos enseguida contestaron! “Siiii”.

Le preguntamos qué pruebas tenía para tal afirmación y nos contestó:

– ¡Aquí en el curso, están Arismendi, González, Belardi, Díaz Pérez y Voinescu! – dijo el profesor.

– ¡Te imaginas gordo dijo Arismendi primero! Me nombró a mí. –

– ¡No me extraña, si vos sos hermosa! – agregué-

Como siempre he destacado, una de las mayores virtudes de Raela, es saber adaptarse a las situaciones más dispares. El mundo nuevo de la universidad lo transitaba plenamente.

Cuando el calor arreciaba, el agua del río era un bálsamo para retornar a esa arena de la playa. El atardecer nos envolvió acompañando nuestros besos fugaces y caricias complacientes. Empieza la noche del sábado y para eso nos preparamos.

Nos higienizamos en el hotel, salimos de nuevo agarrados de la mano. Cruzamos la calle de la costanera correntina, un paseo obligado de los lugareños y de todos los estudiantes que están cursando sus carreras. El ambiente es bullanguero, mientras se saludan en las veredas y recorren el paseo con alegría.

Nos pareció oportuno una cena a la vera del río de pescado y vino antes de seguir en búsqueda de lo que la noche brindaba. Luego fuimos un rato al “Boliche” con onda, a escuchar y bailar buena música. Disfrutamos de eso, hacía bastante que nuestras salidas no tenían noches de boliche.

A las tres de mañana del domingo nos fuimos, contentos y ansiosos de estar juntos en nuestra intimidad. En el Hotel La Raela abrió las ventanas, prendió el ventilador de techo y la noche de luna fue cómplice de nuestro amor, a media luz divisaba las líneas del cuerpo de mi compañera, que estiraba sus manos para encontrar las mías. “De punta a punta” como en la canción del Puma Rodríguez, la noche se hizo corta y el amor largo.

A mediodía del domingo fuimos de nuevo a Resistencia, me esperaba el camino de regreso y no quería viajar tarde por la noche. La despedida envolvía un poco de nostalgia, pero nos abrazamos con pasión y nos prometimos estar en comunicación. Le desee éxitos en los estudios y ella me los retribuyo en mis cosas.

Cuando partí no quise volver la vista atrás, porqué sabía que ella me estaría mirando en el umbral de la puerta. El largo camino de regreso se cargó de pensamientos, de las horas disfrutadas, de ese amor compartido y de la distancia que debíamos transitar.

Yo sabía que Raela comenzaba a buscar su camino, ese que ella siempre reclamaba, no tenía certeza de cuál sería el final de este, pero no debía cortarle las alas; el tiempo y el amor acomodarían al fin de cuenta las cosas.

Puse música en el auto, coloqué quinta y aceleré para trasponer Ramada Paso en tiempos que no había “radares cazabobos” en la ruta. En mi mente permanecían los besos de La Raela.

Ramón Claudio Chávez.

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5 respuestas

  1. Buena historia, con una carga suave de “erotismo central”, que siempre nos trae de vuelta a recuerdos personales que se diluyen en el tiempo.

  2. Impecable relato. Raela vuelve a ser parte de historias de amor con sabor a verano, descripción perfecta de lugares emblemáticos.
    Una hermosa versión de jóvenes enamorados, sin exceso de detalles, pero con suficientes palabras para entender lo bello de esos tiempos vividos . Me encantó!!

  3. Muy lindo relato y lugares muy lindo de Corrientes (costanera/playita/zona casino). Resistencia ciudad emblematica de estudiantes misioneros. Reuniones/choripanes/peñas) donde el compañerismo y solidaridad siempre presente. Me enganche en la historia de epoca.

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