FOTOGRAFIA DE CANAL 12.
PASAJE DE IDA.
Los servicios públicos de pasajeros han permitido acercar a los pueblos y a las personas de un lugar a otro, cuando la distancia era lo suficientemente lejana como para trasladarse caminando.
La “Parada de Colectivos” constituían el punto de partida de un viaje, aunque no siempre éste comenzaba en ella. La gente esperaba el transporte en medio de la ruta y descendía de él cerca de su domicilio o de las personas a quienes iban a visitar.
En las rutas de tierra se divisaba a lo lejos la polvareda que acompañaba al colectivo como si fuese una prolongación del mismo. El pasajero ascendía en medio de ese polvillo esparcido por el camino, informaba al chofer cuál era su destino y luego el guarda iría a cobrarle el pasaje.
No menos azaroso era el viaje en los días de lluvia esperando a la intemperie la llegada del colectivo, protegido con cadenas en sus ruedas para poder avanzar en las dificultades del trayecto.
Todos estos inconvenientes eran soportados por los estoicos pasajeros o pasajeras, esperanzados en llegar a su lugar de destino.
El pasaje de ida tiene también el sabor de esos encuentros con personas amigas o conocidas que viajan en esa misma dirección. Se torna ameno en las charlas, en los chistes e intercambio de saludos en el recorrido.
No siempre los colectivos de ese entonces detenían su marcha en los pueblos, en las terminales o paradas, en muchas ocasiones el alto se producía en un negocio, despensa o en la casa de una persona conocida del lugar.
Las Paradas o Terminales siempre estaban llenas de gente; los que iban a viajar llegaban con una antelación suficiente “para no perder el viaje”. Muchos dormían en las noches de verano en las plazoletas cercanas, cuando no tenían dinero para pagar un hospedaje. Era común observar en la plazoleta de la Avenida Mitre de Posadas, a personas del interior que pernoctaban en el lugar, esperando abordar el colectivo en la mañana siguiente.
La gente del interior que venía a la capital acostumbraba a realizar los trámites o diligencias por los que vino y una vez concluidos los mismos retornaba a la terminal para no llegar tarde. Allí observaba el movimiento constante de personas, a los vendedores de chipa, de diarios, como la partida y llegada de distintos medios de transporte con pasajeros que arribaban con las mismas inquietudes.
Las terminales o paradas de colectivos siempre constituían un foco de atracción, un pulso permanente de la ciudad, todo convergía allí.
El resto de las emociones eran de los pasajeros, los que se iban, los que llegaban, las parejas que se despedían en medio de la nostalgia esperanzada en los reencuentros.
Ese complemento amargo y dulce que provoca la distancia.
En tiempos modernos, mejoraron las carreteras; el asfalto permitía viajes más placenteros. Al desaparecer el ferrocarril el servicio de los ómnibus los reemplazó. Las unidades se modernizaron, vino el aire acondicionado y los viajes nocturnos a la Capital Federal. Los servicios ejecutivos reemplazaron a esos colectivos sin aire, donde era común que cayera sobre los rostros de los pasajeros una valija ubicada en la parte alta del transporte.
Estos viajes sin escala solo trasladaban a personas que ascendían en las terminales, con servicios de comida, sanitarios, para un recorrido de punta a punta. Al amanecer llegaba a Buenos Aires circulando por la Panamericana hasta la estación Terminal Retiro con la vecindad de la Villa 31.
A Retiro arriban ómnibus de todas las provincias ; los andenes permanecen ocupados un lapso de breves minutos para que desciendan los pasajeros y parta un nuevo transporte hacía los lugares más distantes.
La urbe no tiene el candor y la inocencia de las paradas del interior, allí hay que mirar para todos lados, cuidar sus pertenencias y estar atentos en el servicio de taxis para que no les hagan recorrer la ciudad, con ese famoso latiguillo informativo que irán por tal o cual calle, que el inocente pasajero del interior no conoce.
El regreso a los lugares de origen es igual de complicado, el atascamiento del tránsito en horas pico en “la ciudad de la furia” genera intranquilidad para llegar a horario, buscar la ubicación y escuchar el alto voz que indica de cual plataforma sale el ómnibus, llegar a ella, identificarse con los choferes y saber que todo está en orden.
La ciudad “nunca duerme”, pero el provinciano no ansía ver la salida del sol, la ansiedad suya es poder regresar bien a sus pagos donde cree al menos tener las cosas bajo control.
Retiro parece “un shopping”, hay bares, comedores, tiendas, boleterías, baños y una multitud que aprecia las pantallas que indican la partida de las líneas de colectivos de larga distancia.
La terminal de Córdoba es la más grande del país, su ubicación geográfica le permite ser enlace de los más variados destinos. Los bares permanecen abiertos las 24 horas. En la madrugada se reúnen parroquianos que analizan la situación del país, el clima, la espera hacia un viaje que no siempre se aborda, pero ése constante fluir de personas le ayudan a trasponer otra noche de soledad con cierta esperanza.
Todos estos cambios necesarios en los viajes y medios de transporte nos remontan a los recuerdos bellos de “los pasajes de ida”, cuando la gente viajaba a lugares cercanos, donde los despedían amigos, familiares, novias y novios que alzaban sus manos saludando y arrojando “besos al aire” para el ser querido que partía.
Ramón Claudio Chávez.
www,ideasdelnorte.com.ar
5 respuestas
Todo tan real, todo tan vigente aun en estos tiempos actuales.Aquellos que salimos a estudiar lejos de casa, sabemos de estos avatares.Los colectivos de pasajeros forjaron mi espiritu con: paciencia, ansiedad, compromiso, me dieron ese taiming de buscar los horarios adecuados o tambien…de encontrar desesperanzas en despedidas muy significativa.Pero este medio de transporte ,casi… casi tan igual por muchos lares, sigue marcando rumbos en las Personas.
En la pluma del doc vuelve la nostalgia de aquellos días de alegres bienvenidas y tristes despedidas que con polvareda roja marcaban el rumbo de nuestros amores.
Viejos recuerdos! El singer saliendo de plaza once… El cruce en balsa en Zarate viendo esas enormes moles de hormigón que hoy son los pilares del puente… Parabrisas con mallas metálicas para su protección… Y bajar en la ruta, después de cruzar Azara, el impacto visual de la tierra roja al despertar porque casi siempre llegaba al amanecer…
Que tiempos aquellos!
Excelente relato. Descripción sublime de una realidad que vivimos todas las personas. Porque siempre hay que viajar en colectivo por alguna razón. O acompañar a alguien hasta la “terminal”para que emprenda un viaje o esperar a un ser querido en los bancos de la estación, con la ansiedad que eso implica.
Hace poco estuve en Italia, tuve un largo tramo de Roma a Messina en tren, recordé, durante todo el viaje,esto que tú relatas. Pero nunca lo hubiera podido escribir con tanta dulzura como lo has hecho . En verdad, muy lindo!
Los viajes a Posadas por ruta terrada, pasando por “el cruce”. Que épocas!
En cuanto a la modernidad, los empresarios del transporte -fieles a la viveza de los argentinos- han aprovechado la supuesta “pandemia” para dejar de brindar el servicio de cena y desayuno a los pasajeros, pero obviamente, eso no se ve reflejado en descuentos a los pasajeros. Por el contrario, cada día son más y más caros los pasajes. En fin…