JUGUEMOS AL AVIONCITO.

Imagen ilustrativa.Puede tener derechos de autor.

JUGUEMOS AL AVIONCITO.

Las relaciones de amigos poseen condimentos de diferentes matices que hacen al lugar donde ocurre, a las personas o circunstancias del entorno.

“La Chuni Maidana”, “Nicasio Barrientos” y “Cacerola Brítez”, se criaron en el mismo barrio, fueron a los mismos grados de la escuela primaria y en su infancia compartieron juegos y diversiones propias de su edad.

“La Chuni”, como muchos de tierra adentro. se fue a Buenos Aires por razones laborales. Viviendo en la Capital se conoció con “el Cachorro López”, un provinciano de Tafí del Valle. Con el transcurso del tiempo al decir de Roberto Galán:” se ha formado una pareja” y comenzó la convivencia.

Ella hoy es abuela y reparte sus días en Solano, en el conurbano bonaerense con su esposo e hijos y nietos. No se olvidó del pago. Cada tanto regresa para visitar a familiares, amigos y recordar los sabores dulces de su niñez y adolescencia.
Nicasio y Cacerola continuaron su amistad y sus vidas en la “tierra colorada”; la llegada de Chuni era siempre una invitación al reencuentro y ese rasgo importante de saber del otro, que es de su vida? (amigo/a), pese a la distancia.
La amistad profesada, incluía a los familiares de los tres; muchos de ellos cuando iban a Buenos Aires se alojaban en la casa de la Chuni. En sus viajes a la provincia ella venía acompañada de su marido, hijos e incluso sola con algún nieto.

Los amigos se dispensaban el trato de “comadre” o “compadre”, las reuniones iban desde unos mates con torta frita a algún asado de domingo. Barrientos había engordado, esa situación era motivo de “chanzas”, “Cacerola” se mantenía delgado como cuando los gurises de la canchita le pusieron el apodo por “sus canillas Po-í”. Chuni era una mujer donde solo se notaba el paso de los años, pero mantenía su cuerpo esbelto.

En uno de esos viajes y encuentros los amigos de la infancia

se interesaban por la actualidad de cada uno y siempre venían las referencias a hechos pasados; esos que traen buenos recuerdos aunque haya pasado el ineludible camino del tiempo.

Fue Nicasio que dijo:
– “¿Recuerdan cuando venían los parques al pueblo?”- Cacerola respondió:
– “¡Siempre! Una vez vino uno que ponía música a “todo trapo”, se escuchaba: “Como te extraño mi amor” desde casa que quedaba como a diez cuadras!”-

– “¿Se acuerdan cuando escuchábamos a “Palito”,” Sandro”, ¿“Leo Dan” y “Los Tíos Queridos?”-que no le jodían a nadie, pero estaban”, agregó Chuni.

– “¡Y Cuando armábamos nuestro propio circo y cobrábamos la entrada “de ngaú!” ¡Todos participábamos!”, dijo Nicasio.

Todos coincidieron que fue un tiempo hermoso y que el recuerdo los hace más grande.

En ese ida y vuelta, recordaron el “juego del avioncito”, ese que practicaban con remolinos caídos de las hojas de “guayubira” o “araticú”, el primero de cinco aletas y el segundo de tres, con las espinas de “naranjo amargo” o “apepú”.
A la carrera contra el viento sin que caiga el remolino.

Intentaron hacer un simulacro, pero no encontraron los árboles; el patio ya no era de tierra, el alisado cambió la fisonomía y no era como entonces.
Tampoco encontraron en el único “baldío” de la cuadra. El progreso mató el juego y la inocencia.

Ha cambiado todo pero el recuerdo está inmutable recalcaron.

Las visitas eran siempre fugaces, había obligaciones que cumplir en Buenos Aires. Se prometieron mantener charlas a distancia y cuando pudieran volverse a encontrar en aras de la amistad perdurable.

De regreso a Solano, la abuela Maidana no se cansaba de repetir las peripecias de su viaje a la tierra natal. Les contó a sus nietas Noe y Yéssica lo bello de su viaje, el reencuentro con los amigos de la infancia y también “el juego del avioncito”.
Las niñas con asombro le preguntaron:
– “¿A eso jugaban abuela?”-
– “¿No se aburrían?”

– “¡Noo, éramos niños sin tiempo, el tiempo era totalmente nuestro!”

Concluyó “la Chuni Maidana”, mientras una sonrisa inundaba su rostro.

Ramón Claudio Chávez.

www.ideasdelnorte.com.ar

Compartir

4 respuestas

  1. Particularmente tuve una infancia muy feliz, familia amorosa y muchos buenos recuerdos. Últimamente – quizás por cuestiones de la edad- cada vez con más frecuencia, retomo el sendero de mi memoria que me lleva hasta aquella época. Pese a que todos los niños tienen la felicidad al alcance de la mano, no siempre lo son y por muchas razones, nuestra obligación como adultos es compensarlos con cariño y respeto para que adquieran una visión esperanzada de la vida

  2. Que infancia tan inocente la de antes… Personalmente me crié en el campo con muy poca presencia de amigos salvo por la mañana en la escuela… Luego era jugar solo o con mi hermana con elementos del campo… Y no nos aburríamos…

  3. La edad de la inocencia nos despierta sentimientos y recuerdos que ya creíamos desaparecidos para siempre.
    Como dice Cacho, nos llevan a la realidad de nuestros nietos que necesitan saber que la existencia terrenal es también terreno para el amor, la amistad y la confianza mutua.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *