660.000 KILÓMETROS DE IDA.

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660.000 KILÓMETROS DE IDA.

No era la primera vez que Antonella Y Bianca iban a Río de Janeiro. Conocían la ciudad y les encantaba volver.
Aprovecharon sus licencias laborales para abordar un vuelo con destino a la ciudad maravillosa, en la segunda quincena de noviembre.

Se conocían de la infancia cuando vivían en una misma manzana en las casas de sus padres, en el barrio de Floresta, de la ciudad de Buenos Aires. Esa relación perduró y con el tiempo compartían salidas a bailar o viajes de vacaciones; ambas no habían formalizado pareja y preferían, como muchos jóvenes, no atarse a obligaciones sentimentales que de un modo u otro cercenasen sus libertades.
– “¡Ya habrá tiempo para eso- ¡”. Decían con alegría.
Actualmente residen en el microcentro porteño y trabajan en oficinas de empresas multinacionales.

El arribo del vuelo de Latam al Aeropuerto Internacional Galeao-Tim Jobim se produjo a las 16,30 en una calurosa tarde, Bianca y Anto decidieron contratar un taxi para ir hasta Copacabana dentro de las instalaciones de la terminal aérea para evitar ser sorprendidas por choferes inescrupulosos.

Luego de adquirir el ticket para el traslado se acercan al mostrador y aparece un hombre canoso dispuesto a realizar el viaje con su taxi. Chequean que esté todo en orden y comienzan a disfrutar de la ciudad.
El recorrido se hizo lento por el atascamiento que comenzó a producirse con los vehículos de los cariocas que salen de sus trabajos y se dirigen hacia la zona sur de la ciudad. Ante la confianza que les inspiraba el chofer comenzaron un dialogo con él.
– “¿Cuánto hace que trabaja con el Taxi?”-

– “¡Como treinta años ¡”-. Le responde en “portuñol”.
– “¡Conozco todas las playas y la ciudad por dentro!”-

– “¡Mi nombre es Felipe Lima de Azevedo, pero todos me conocen por “Felipao”!”-

Ellas le comentaron que eran de Buenos Aires y adoraban Río.

En tono paternal el taxista reconoció que era una ciudad bellísima, pero siempre había que tomar ciertos recaudos.
– “¡Hay gente boa, pero también “malandros” y “vagabundos”!”-

Se ofreció para realizar viajes por la ciudad u otros atractivos y les entregó una tarjeta con su número de celular, las jóvenes le agradecieron y prometieron llamarlo.
De las dos, Bianca era la que más entendía de motores de autos; observando el velocímetro advirtió que este marcaba 660.000 kilómetros por lo que interrogó a Felipao.
– “¿Cuántas veces le hizo el motor a su vehículo?”-

– “¡Nunca!”- le respondió con seguridad.


– “¡Este auto de la marca francesa es modelo 2011, lo compré nuevo y siempre lo utilicé en el trabajo!”-

Anto recordó que su padre cantaba una cumbia del “Cuarteto Imperial” que decía:
– “¡488 kilómetros de ida…, 488 kilómetros de vuelta!”. –

Pero nada se podía comparar con el recorrido del Taxi de Felipao.

Descendieron en la puerta del Hotel, saludaron al chofer y quedaron en solicitarle los servicios en la ciudad, siempre y cuando la “tarifa” fuese accesible.

Las chicas eran bonitas, Antonella con el cabello castaño claro, Bianca con castaño oscuro. Los días siguientes fueron de playa intensa, que el sol y el mar broncearon sus cuerpos, mientras disfrutaban de tragos en las barracas de Ipanema, Copacabana y Leblón.

El calor intenso y la agradable música de las casas de comidas ubicadas en la avenida Atlántida al borde de la playa y del mar, eran un complemento necesario del goce de las amigas que hablaban permanentemente ante las indiscretas miradas de los bañistas del lugar.

Compartían con otros turistas o con “garotos brasileños” almuerzos frugales, mientras se preparaban para disfrutar de las noches de Río.
Se contactaron con Felipao para ir a los Bares de Lapa, al Río Scenarium, Bar Bukowski, Samba Luzia, al mismísimo Bar de Vinicius en Ipanema. Le solicitaron que las busquen en el hotel, las lleve hasta los boliches, para luego traerlas de regreso durante la madrugada; discutieron los precios y llegaron a un acuerdo con el hombre del taxi de los 660.000 kilómetros.
Se sentían seguras, empezaron a llamarlo “tío”, él les dijo que podría ser su padre porque tenía una hija de la edad de ellas y que ya lo hizo abuelo.

Las noches de boliches no menguaban los días de playa, sol y caipiriña. Eran días de música y alegría en esa ciudad que no descansa.

Contentas con la elección para disfrutar de esas vacaciones al emprender el regreso hacia el aeropuerto en el taxi de Felipao, saludaron al “tío” y prometieron regresar nuevamente a Río.

Mientras aguardaban la partida del avión hacia Buenos Aires comentaban entre ellas el espíritu alegre de los “cariocas”, incluso el taxista de los 660.000 kilómetros.

Bianca le pregunto a Antonella:

– “¿Son distintos los taxistas de Buenos Aires a los de Río?” –

– “¡No lo sé…, tal vez!”-

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4 respuestas

  1. Bella, breve historia inspirada , seguramente, en las propias vivencias del autor.. Brasil siempre inspira por el mar tibio y la tibieza de su gente. Río, legendaria.-

  2. Apelando a las mismas palabras del taxista carioca, seguramente del lado argentino, en los taxistas, hay gente ” boa” o “malandros”. Creo si, que el taxista brasilero está impregnado de ese espíritu festivo que define al pueblo brasilero.

  3. En este muy buen relato, el Autor pone de relieve varias cosas.El ” escape” moderno de las nuevas tendencias de la Juventud de hoy…SOLOS .Tambien la Ciudad apropiada para tal fin, RIO De Janeiro , uff yo tambien lo haria.Pero el dato del Taxista, es mas bien un encuentro de todo lo bucolico del relato.En todos lados del Mundo, tenemos gente buena.

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