Fotografía del diario El Territorio.

El Comisario Pepe Castro.

 El verano estaba a pleno en Apóstoles, enero con el cielo límpido y un sol abrazador invitaban a buscar sombra o agua para refrescarse.

 Salimos con Cacho Galarza, “boleando cachilos” al mejor estilo entrerriano y enfilamos para el San Martín al fondo, donde había más campo que casas.

 El cantaro de la “laguna Pataco” nos invitaba a la excursión, a pesar de que no llevamos malla para el chapuzón.

 Pese al calor sofocante no había gente; nos quitamos las chombas, los pantalones cortos y lo spores, que quedaron a resguardo a un costado de la mini pileta que la gente a pala limpia construyó.

  El día anterior cayo un aguacero de verano, el agua estaba roja como la tierra, pero especial para refrescarse.

 Yo tenía un reloj que me compre con mi trabajo, era mediano con malla marrón, tanto me gustaba, que no me sacaba ni para dormir.

 Esa tarde lo deje enganchado en una línea de alambre de púa, que imagino serviría de divisoria a dos chacras.

 Estuvimos un rato disfrutando del agua fresca sin que apareciera nadie, a excepción de Miguel, un chico de nuestra edad que compartió una breve charla con nosotros. Como estábamos en cuero no salimos de la laguna durante la estadía del caminante.

 Transcurrido un rato, decidimos regresar contentos de apaciguar el calor en la laguna.

 Nos terminamos de vestir y advierto que mi reloj no estaba en el sitio que había dejado, pensé que se pudo desprender de la malla y caer al suelo, pero nada de eso ocurrió.

 Buscamos en las inmediaciones con Cacho y empezamos con las conjeturas.

– ¡Miguel me robó!

¿Te parece?

– ¡Fue el único que paso y estuvo parado donde yo lo había colocado!

 Me invadió la angustia de la pérdida de algo que yo tanto apreciaba, y el chico autor de la sustracción nunca lo iba a admitir.

Yo sabía dónde vivía y le dije a mi compañero de ruta:

– ¡Vamos hasta la casa!

 Al llegar nos atendió la madre, ¿preguntamos por él?

– ¡No está fue la respuesta!

 Sin filtro le respondo:

– ¡Miguel me robó mi reloj!

– ¡Mi hijo no es ningún ladrón, rajen de acá gurisada de mierda!

 El retorno se hizo pesado de la bronca que tenía casi no le hablé a mi amigo.

 Yo sabía que mi vieja no me iba a putear por el incidente porque lo compré con mi plata; buscando algo de sosiego le comenté lo sucedido, pensó un instante y me sacó la red:

¿Por qué no cuidas tus cosas?

Me quedé callado por la impotencia y me recosté para ordenar mis ideas.

 Sin consultar con mi madre, salí a la calle y le llamé a Cacho que vivía frente a casa y le digo:

– ¡Cacho acompáñame a la policía a hacer la denuncia!

¿Vos crees que nos van a dar bola si tenemos 12 años?

– ¡Yo me voy igual! Y el resolvió acompañarme.

Llegamos a la comisaría y nos atendió un sargento, de los antes, barrigón con el cinto debajo de la panza.

¿Qué quieren gurisada?

– ¡Yo quiero hablar con el Comisario!

¿Para qué?

Le expliqué mientras Cacho asentía y el sargento se fue a conversar con el comisario.

 Nos hace pasar, nos recibe el oficial Pepe Castro que estaba a cargo de la comisaría, no sé si en esa época no había comisarios, o los oficiales podían ser jefes de las comisarías.

 Castro era chueco, corpulento, pero parecía buena gente, escucho mi denuncia verbal, me hizo algunas preguntas y salió al pasillo para hablar con el sargento.

– ¡Méndez vaya hasta la casa de la señora…, y dígale que venga a la comisaría con su hijo Miguel.

¿Cuándo?

– ¡Ya mismo!

 A nosotros nos hizo esperar en la antesala en esos bancos largos de madera que existían en todas las oficinas públicas.

 En el lugar además del oficial Castro y nosotros no había nadie más, la espera se hizo tensa y con bastante nerviosismo

 El procedimiento era verbal y actuado como era de estilo, creo, además, que siendo menores de edad que denuncia nos podían recibir.

 A la hora llegó el sargento, transpirado, con la señora y Miguel que nos cruzó una mirada amenazante, fueron derecho a la oficina del jefe.

 Nos habían pasado 15 minutos cuando el sargento me dice:

– ¡El jefe dice que entrés, pero vos solo!

 Ingreso y le miró a Miguel.

– ¡Vos me robaste mi reloj!

– ¡Deja de mentir si ustedes se estaban bañando “en pelotas”, anda saber quién llevó o donde perdiste!

 Quiso interceder la madre y Pepe Castro la paró en seco.

Yo seguía con mi discurso y el otro chico con la negativa en estado de nerviosismo.

 Me hace salir nuevamente del despacho y me dice espera allí afuera.

 No sé de qué tenor, pero el policía siguió hablando con la señora y su hijo.

 En un lapso se retiraron los dos, Miguel nos miró con un gesto de agresividad, pero en silencio.

 El oficial con tacto espero un rato, supongo para que no nos cruzáramos afuera del local policial, y viene donde estábamos.

– ¡Vení mañana a las 11!

¿Encontró mi reloj?

– ¡Vení mañana a las 11!

Tenía esperanzas, jugaba con la verdad y Pepe Castro me inspiró confianza.

 Mi vieja me preguntó que hice y le contesté que fui a la Policía.

 Me costó dormirme, soñaba con mi reloj, estaba seguro que Miguel lo llevó; a pesar de ser un niño el oficial me escucho con atención y esperaba que obrase en consecuencia.

 A la mañana siguiente mi vecino me pregunta si quería que me acompañe, le dije que no era necesario, y que a mi regreso le iba a contar lo que paso.

 Llegué a la comisaria, el sargento Méndez no estaba, había otro funcionario, me interroga sobre mi presencia y contesto que me citó el comisario Castro.

 Se abre una puerta y me recibe el oficial un tanto parco, me preocupe nuevamente.

– ¡Sentate!

 Abre un cajón de su escritorio y extrae un reloj mediano con malla marrón.

– ¡Mi reloj exclamo con alegría!

Se levanta de la silla y antes que me entregue digo:

– ¡Muchas gracias Señor Comisario!

Me palmea la espalda y como mi vieja agrega:

– ¡Cuida tus cosas!

Ramón Claudio Chávez.

www.ideasdelnorte.com,ar

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9 thoughts on “El Comisario Pepe Castro.

  1. Cuantos casos se habrán resuelto de este modo!! En un pueblo donde todos se conocían, la autoridad – en este caso el comisario- apelaba al profundo conocimiento de la naturaleza humana, acervo que te daba el oficio. Las cosas a veces había que resolverlas así, entre casa y discretamente, nadie cuestionaba el respeto al funcionario policial

  2. Siempre había policías buenos y chicos ladrones. Empiezan de muy chicos para que dedicarse al delito hasta su muerde. Pero también había chicos como vos que también de muy chicos empiezan a trabajar y seguir toda la vida

  3. Mi gran amigo Pepe Castro ,Correntino de Santo Tomé. Muy buena gente. Los conocí a los padres y todos los hermanos .Extraordinarios seres humanos .Hasta el día de hoy sigo en contacto con los que están. Pepe te resolvía cualquier situación situación solo hablando de frente .Gracias Ramón Claudio por transportarme al Apóstoles de nuestra juventud y de gente querida .Abrazos del alma de tu incondicional seguidor de tantas bellas historias. LUPIN .

  4. Sumergirse en la laguna de los recuerdos y extraer un relato fresco, rescatando la figura de un hombre bueno, lo conocí como simpatizante de un partido político Centenario.

  5. Pepe se recibio de maestro en la Escuela Normal Por entonces muy pocos podian seguir estudiando luego Debiamos ejercer la profesión, otros ingresaban al banco o a la policia.,como oficial escribiente,no existia la escuela.de policia aun-Pepe fue secretario del Concejo Deliberante también y arquero de Tuyuti-Estaba casado con Perla Gros,docente de la Normal.

  6. Valores que se perdieron y tanta falta nos hacen! El respeto por la autoridad por parte de la gente y el ejercicio de esta por parte de quienes deben hacerlo.
    Gracias por compartir esta historia Claudio.

  7. Cómo siempre tus relatos dejan huellas. En este caso tres: primera :tu corta edad y ya seguro de tu accionar. La segunda la calidad del comisario para resolver el problema y tercera la atención que te brindo cuando apenas eras un niño. Genial. Muy bueno.

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