EL VELORIO DE LA ABUELITA.

La ilustración pertenece al artista Raúl Cacho Kazibrodiuk.
EL VELORIO DE LA ABUELITA.
Historia basada en un hecho real.
Muchas veces se nos vienen a la mente historias de la infancia, hechos que nos ocurrieron cuando éramos pequeños.
Algunas están llenas de colorido, de juegos, de viajes imaginarios, o fantasías propias de esa etapa de la inocencia.
El velorio de la abuelita es un hecho triste, que demuestra al ser humano en su lado más crudo y a veces inexplicable.
Yo tenía 10 años y por las tardes nos juntábamos a jugar a la pelota en la cancha que estaba ubicada frente a casa, o en una canchita de la calle Las Heras, que por entonces tenía una sola mano.
Como era sumamente informal, dependía donde estaban nuestros amigos, cuantos éramos y si había pelota. La canchita de la calle posterior era más pequeña, tenía arcos de tacuara y se ubicaba frente al Molino de Yerba Yo-La-Vi de los padres de Lucho Terleski.
En plena primavera se armaba la juntada en horas del mediodía, robábamos nísperos en la casa de la señora Korol y nos íbamos al campo de juego para ver cuántos estábamos.
Los partidos en la canchita eran dos contra dos, tres contra tres, tres contra cuatro, o cuatro contra cuatro; dependía del número de jugadores presentes.
Una tarde ingresamos a una vivienda aledaña donde vivían dos personas mayores para tomar agua del pozo.
Sabíamos que el señor, de mal talante, no estaba porque trabajaba en la Panadería Moretti y a las 5 de la tarde se dirigía hacia allí. Por entonces las panaderías trabajaban durante la noche para preparar el pan artesanal en enormes hornos de barro.
La señora viejita por lo general no salía de la vivienda.
Ingresamos, tomamos agua, y escuchamos quejas de dolor. Nos arrimamos con cuidado a una ventana de la casa, y vimos a la pobre señora postrada sobre unas tablas, sobre una frazada vieja y una colcha deshilachada.
Nos impresiono: porque la doña estaba semidesnuda emitiendo frases inentendibles y pedía agua.
Buscamos un recipiente con agua fresca del pozo e ingresamos con cierto temor hacia donde ella estaba postrada, le mojamos los labios con un trapo húmedo y se sintió aliviada.
No sabíamos el nombre de la señora, pero desde ese día para nosotros era Doña Santa; daba muchísima pena verla.
Durante la noche, mientras hacía la tarea escolar le conté a mi vieja la anécdota y me contestó, que estaban así porque su marido a pesar de que trabajaba, había perdido la batalla con el alcohol, y quizás le hacía tomar a ella también. Más las lógicas recomendaciones de cuidado que siempre nos hacían nuestras madres, como:
-¡Ojo están entrando en casa ajena!.
No recuerdo el nombre del marido, se que le daba al chupi, por las mañanas los vecinos lo veían con un Tunquelén envuelto en un diario o a la vista de cualquiera.
Era de mala bebida porque al mediodía gritaba, puteaba, pero nunca supimos que haya agredido a alguien.
Pienso que en el trabajo sería cumplidor porque sino Don Moretti lo hubiese echado a la mierda.
Fuimos muchas tardes a la casa de Doña Santa a mojarle los labios con agua fresca, nos miraba con ternura, pero tenía dificultad para expresarse.
Una tarde de noviembre en la canchita nos enteramos que al mediodía nuestra viejita triste se había muerto, el hombre caminaba con nerviosismo al frente de la vivienda.
Creo que a algunos de nosotros se nos dio por hacer la señal de la cruz como acompañando el duelo.
-¡Le conté a mi vieja que Doña Santa se murió!.
-¡Era inevitable eso: me dijo sin mayores explicaciones!.
A excepción de Doña Ana Bambil ninguno de los vecinos se acercó al velorio, por temor al carácter irascible del viudo.
Ana Bambil se habrá encargado de preparar el cuerpo inerte de Doña Santa, y fue quién nos contó al mediodía de la mañana siguiente los acontecimientos que sucedieron en la casa de la finada.
Como a las 22 horas aparecieron por la casa de la señora que falleció, en un camión volcador, un grupo aproximado de 25 personas, entre hombres y mujeres, que estaban en uno fiesta en la Villa Conejo ,bebiendo y festejando un cumpleaños, hasta que uno expreso:
-¡Vamos al velorio de esa señora que no tiene parientes!.
-¡Escuchabamos desde casa el griterío, las risas, hasta música!.
Imagino que quizás algún compañero de trabajo del marido de Doña Santa haya comentado la infausta noticia, y decidieron seguir la fiesta en el velorio.
Ana Bambil que estaba presente nos comentó que todos tomaban, todos hablaban y que eso, más que un velorio era una fiesta.
En un momento el viudo empezó a colocar en el ataúd botellas de bebida vacías argumentando:
-¡Éstas les gustaba a la finadita!.
Esa escena, propia del burlesque italiano, me hace recordar aquella película de Victorio Gassman, cuando trasladan al cementerio a un actor fallecido, y los acompañantes comienzan a recitar estrofas de relatos teatrales, de canciones, propias de las obras de arte y no de una ceremonia con recogimiento.
A la tarde siguiente, luego de comentar los acontecimientos, empezamos en la canchita un partido de tres contra tres, con la idea de que la doña ya había sido trasladada al camposanto, porque la casa era un silencio total.
En un momento determinado apreciamos la llegada de Mario Moretti, el hijo del dueño de la panadería, con su camioneta Chevrolet Apache, la estaciona de culata; con él venía el viudo.
Ingresan a la casa y salen al ratito.
Mario nos grita.
-¡Gurisadas ,vengan un rato!
Nos acercamos, y nos pide que ayudemos a levantar el cajón a la camioneta para llevar el cuerpo al cementerio.
Sé que éramos seis, porque el partido era tres contra tres. Con mucho esfuerzo colaboramos y Mario nos pide que le acompañemos hacia la última morada de la viejita.
Yo le digo que tenemos que avisar en nuestras casas, y que mi vieja estaba en el trabajo.
Nos contesta: no se preocupen, vamos y venimos enseguida cualquier cosa yo hablo con sus padres.
Mario Moretti estaba como embroncado con el viudo, seguramente se había enterado de la noche del velorio, y hablaba poco.
Con la pelota entre las piernas, y en silencio los seis nos acomodamos al lado del cajón que trasladaba los restos de la viejita, cuidando que cualquier movimiento en falso de la camioneta no terminara arruinando aún más el extraño funeral.
Llegamos al cementerio y Mario nos dice:
-¡Agarren ustedes las manijas traseras del cajón, nosotros tomamos las de adelante!.
De los seis gurises, dos eran bastante pequeños, por eso con “las manos en jarra” tomé la parte trasera del mismo, e íbamos reemplazando a los más pequeños que no podían soportar la carga.
“La caja mortuoria pesaba muchísimo”, no sé si el hombre retiró las botellas vacías que introdujo durante la noche; o estaban dentro de la misma.
A duras penas arribamos a la cruz mayor del cementerio y Mario quiso cumplir con el ritual de bajar tres veces en el suelo y volver a levantar el féretro.
Por la diferencia de estatura de los hombres que llevaban las manijas delanteras, se apuro la marcha y a los chicos nos costaba un montón sostenerlo para que no se cayera.
Mi tarea era una de las más difíciles, porque debía aguantar el peso trasero y evitar su caída, si cualquiera de los chicos largaba la manija.
Fuimos hasta el fondo del cementerio, en el lugar donde se le entierra a los pobres, el sepulturero y un ayudante cruzo dos sogas para terminar con la tarea, recomendándonos que no soltáramos las manijas, a pesar de que estábamos exhaustos.
Arrojamos tierra con las manos en el cajón de Doña Santa, mientras se colocaba en el frente una pequeña cruz de madera.
Volvimos al pueblo sentados en la parte trasera de la camioneta, Mario Moretti nos dejó en la canchita y nos agradeció por la ayuda que brindamos.
Al viudo lo dejo en la vivienda y se retiró.
Nos miramos los seis y era como que sentíamos el duelo por la doña, no daba para seguir jugando, nos saludamos y cado uno para su casa.
En el camino pensaba en ese entierro, donde el cuerpo de la viejita muerta, fue llevado al cementerio, solamente por dos mayores y seis chicos.
Me costó conciliar el sueño, entender las razones de la vida y de la muerte, era muy chico aún para desentrañar esos misterios.
Al final pensé que, con nuestro acompañamiento, con nuestro esfuerzo, ayudamos para que el alma de Doña Santa se vaya al cielo.
Ideas del Norte.com.ar
Se me cruzó una lágrima, buen relato Claudio. “El lugar donde se enterraba a los pobres” pensar que en ese momento tan común e igual a todos los seres humanos también hay una “etiqueta” y un “status social”.
Muy sentido el relato. Lo que es a veces la vida…
Un relato con frescura y marca de barrio trata el tema de la muerte y su misterio en el entorno de la obscenidad de la indigencia.
Vaya una anécdota! No sabía lo de la parte de los pobres en el cementerio; eso me descompuso, es de lo más bajo.
Moretti tenia la Panaderia en Belgrano y Zubreski.Habia traido varios ayudantes de panaderia entre ellos Juan Acosta(hincha y jugador de Racing)y su suegro de apellido Monzón. Vivían en una casa por la avenida (hoy Brasil)-cercana a la pileta de los padres de Carlitos Tuzinkievich
Hoy ese espacio del cementerio “de los pobres” que decis es ocupado por pobres y ricos por razones de espacio en el campo santo
Un relato que estruja el alma. Situciones que a muchos “familieros” nos resultan inimaginables.
Como siempre, excelente Claudio!
La muerte es una posecion inalienable, según Nietzsche es lo único de lo que somos dueños, porque nadie nos la puede quitar, quizás por eso cada cultura y época la reviste con una liturgia diferente. Interesante el relato de un hombre a través de los ojos de un niño, quedé pensando…
Relato muy emotivo que me nubló la visión, por ende mi comentario no es muy filosófico.
Nuevamente la realidad superando a la ficción… La miseria de las personas.
Crudo relato que logra la atención hasta el final vivencias que nos enseñan y marcan para el resto de la vida la escuela de la calle que le dicen gracias x compartir.