EL PESO DEL PROGRESO.

Molina Campos. Imagen ilustrativa. Puede tener derechos de autor.
EL PESO DEL PROGRESO.
En los años sesenta (60), Misiones era una provincia nueva que había dejado de ser Territorio Nacional. Muchos pueblos del interior comenzaron a crecer camino a convertirse en ciudades.
Apóstoles era un pueblo que cuando pasaba un camión levantaba una nube de polvo que se asentaba en los baldíos donde jugaban “gurises descalzos”.
Los colonos llevaban la cosecha de yerba mate en carro a los “secaderos de barbacúa”. Los domingos eran de misa y “retreta” de la Banda del Regimiento de Monte 30.
Entre semana los pobladores de Garruchos, Azara, Concepción de la Sierra venían en colectivo para “surtirse de mercaderías” en los almacenes de Ramos Generales de Scotto y de Llamosas. La “Parada de colectivos” era testigo de ese fluir de personas.
El “camión regador” con su tarea, trataba de apaciguar aunque fuese un rato, el polvo de las calles que se metía en las casas en las tardes de octubre con viento norte.
El camino a Posadas, en gran parte del trayecto era de tierra; los días de lluvia el barro lo tornaba casi intransitable y además peligroso.
La prosperidad fue llegando de a poco; la Cooperativa de Electricidad se encargaba del fluido eléctrico, las radios traían voces lejanas y los bares eran el lugar de reunión donde los hombres discutían sobre cosechas, precios y política entre una caña y otra.
“El Petiso Serrizuela”, “Cobicho Antúnez”, “el Colorado Chiminski” y “Toribio Zalazar” se juntaban en los atardeceres en el Boliche del Gringo Kuzubach, en “La Villa Conejo”. Kuzubach era un ucraniano que vino de Europa después de la Primera Guerra Mundial.
Esos boliches como eran de estilo, vendían de todo, desde clavos hasta azúcar, remedios caseros y sombreros de paja. La gente llegaba sin tiempo. Había una mesa de billar y se jugaba a las cartas. El tiempo se detenía en la noche hasta que el dueño decidiera cerrar.
La Municipalidad tenía por entonces pocos empleados y el Intendente tenía por delante la visión de un pueblo que quería ser ciudad. El secretario era Anastasio Zembrewski, el mismo que dirigía desde el micrófono los actos patrios o animaba un baile en el Club Unión. La gente lo conocía como “Stachiño” o “Tachiño”.
Una mañana el Intendente llamó a “Stachiño” y le preguntó:
– “¿Quién es el comerciante más grande del pueblo?”.
El secretario sonrío con esa picardía de quién sabe que la pregunta tiene más de una respuesta.
– “¿El más grande…, dice usted…?”.
-“¡Sin duda, el gringo Kuzubach!”.
– “¿Kuzubach…?”-repitió el Intendente intrigado-. “¿Qué vende ese hombre?”.
– “¡Vende de todo: yerba, azúcar, Querosén, harina, ¡botas y hasta caramelos para la “gurisada”! “¡Pero lo más grande que tiene no es el negocio…, es “él mismo!”.
El dueño del boliche de la Villa Conejo era un tipo imponente; usaba sombrero ancho, medía casi dos (2) metros de altura y pesaba cómo ciento ochenta (180) kilos. El “Petiso”, “Cobicho”, el “Colorado” y “Toribio” apostaban a ver quién adivinaba el peso del bolichero o quién acertaba el más cercano.
El hombre no podía pesarse en las balanzas de las farmacias del pueblo; la de Losada solo alcanzaba los ciento veinte (120) kilos; la de Fernández un poco más pero tampoco se podía. Tuvieron que llevarlo a la Cooperativa de arroz, donde trabajaba Juan Yasnikowski, quién oficiaba de árbitro entre los apostadores. En la báscula pesaban los sacos de ochenta (80) kilos.
El Intendente lo miró serio intentando no reír.
“Stachiño” …, “¿Yo pregunté quién paga más impuestos?”.
– “¡Por eso mismo Intendente!… ¡Si se trata de aportar peso al pueblo…, no hay otro más generoso!”.
La intención del Intendente era otorgar un diploma al contribuyente destacado, pero al fin de cuentas terminó festejando la ocurrencia del secretario.
Al día siguiente Zembrewski se fue hasta el boliche de Kazubach manejando su “Fuca” Volkswagen y le comentó la historia.
– “¡Gringo…!, casi te hice ganar un premio en la Municipalidad…!”.
Ramón Claudio Chávez.
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Muy buen relsto. Es el fiel reflejo de un Apostoles “que ya fue” con gente de bien y que se divertia lo mejor que pofia, con sencillez y en forma honesta. Hoy las noticias de Apostoles son de robos, asaltos a jubilados, drogas y violaciones. Quedo atras el pueblo que se divertia sanamente apostando el peso de una persona que no prejuicios por obesidad
La anécdota sirve para pintar la nostalgia de un pueblito rural lleno de personajes para recordar, como éste, en el certero pincel del autor. Lo recuerdo, como era dueño de un almacensito, a su vez, laguna en donde al atardecer aterrizaban los patos de garguero sediento.-
Excelente relato!!
No concuerdo con el comentario que pinta a Apóstoles como si fuera el conurbano bonaerense.
Quizas Apostoles no esta como en conurbano bonaerense, pero no le falta. Estamos a tiempo para que vuelvan buenos tiempos. Es tarea de los politicos y de la ciudadania en general hacer algo al respecto. No nos olvidemos que los politicos trajeron gente de mal vivir de Buenos Aires y empeoraron la situacion
Que bueno salir al rescate de esas historias que aún perduran en nuestros mayores y que nuestros jóvenes desconocen. Sin dudas un legado para las futuras generaciones.
Más allá de cada una de las historias que se entrelazan del Apóstoles de antaño, extraigo tu virtud de pintar en palabras ese paisaje que se comió el progreso. Es difícil no ser parte del relato, porque sin proponerte te vas mimetizando con los personajes… Muy bueno, Doc. Aplausos
Hermoso relato, muy lleno de maravillosos recuerdos, además de fiel semblanza de esa época, gracias Claudio por traernos al presente aquellos años …un fuerte abrazo y gracias nuevamente
Hermoso recuerdo Doc. Cuando chicos, visita vamos a ” La tía Elsidia” que vivía frente donde está el asilo de ancianos, corríamos con mis primos, por esos amplios baldíos, poblados de árboles de bálsamos y chichitas, o nos íbamos a bañarnos en el arroyo ” Cuña piru” esto es a principios de los años 60, hermoso recuerdo, gracias Por traerlos a memoria.
Que lindo recordar esos tiempos! No llego a conocer ese lugar, si recuerdo a los Scoto y Llamosas. Traían a Molinar el maíz en el molino del abuelo