LA GARITA, EN OTROS TIEMPOS.

Imagen Ilustrativa.
LA GARITA, EN OTROS TIEMPOS.
“La Garita del kilómetro 10”, para mucha gente era la frontera de la capital con el interior; era un umbral. Por allí pasaban todos, los que venían a trabajar a la ciudad y los que se iban los viernes con el bolso al hombro y el alma cansada.
“La Garita del kilómetro 10” no está más; la nueva traza de acceso a la ciudad se la llevó por delante. Quedaron los recuerdos imborrables que tanta gente guarda con nostalgia en sus alforjas.
Eran tiempos en que la gente hacía “dedo” “sin miedo” y los conductores lo llevaban a destino “sin temor”. Un viaje de ida o de vuelta, enmarcado en la alegría de volver a casa.
El control policial obligaba a los automovilistas a detener la marcha, permitiendo que jóvenes y viejos se acercaran a los autos para preguntar si iban a tal o cual lugar, en su caso, si podían acercarlos. En todo eso había algo de “confianza antigua”, “humanidad sin protocolo”, la generosidad en un simple gesto de compartir camino.
Los viernes, o los fines de semana, el colorido se adueñaba del lugar. No eran solamente un encuentro de placer, eran búsquedas para volver a casa cuando los bolsillos estaban flacos.
Cecilia Acosta y Ricardo Insaurralde eran primos, vivían en Jardín América. Ella estudiaba Genética en la Facultad de Exactas; él era empleado en la Inspección de Comercio de la Municipalidad de Posadas. Los viernes, la Garita era su lugar de encuentro. Cecilia, vestida con jean y camisa floreada, trataba de detener un auto que por la Ruta Nacional 12 vaya para la zona de Jardín. Si se detenía alguien, ella le pedía que también incluya a Ricardo en el viaje.
Cecilia tenía novio, Horacio Quintana, un muchacho de pueblo que esperaba con ansias a su novia. Ricardo, en cambio, estaba a punto de casarse con Mari Romero, su novia de siempre, la del barrio y las serenatas con guitarra.
A veces la espera se hacía larga, los autos pasaban siempre pero no se detenían. Cecilia bromeaba:
– “¡Parece que hoy ni los Santos van a Jardín…!”.
Ricardo respondía entre risas:
– “¡Capaz nos toca un camión de pollos como la otra vez; nos vamos igual!”.
Cuando por fin alguien se detenía, se acomodaban en el asiento trasero y el viaje se llenaba de historias. Los conductores eran de todas clases; un docente de Aristóbullo del Valle, un comerciante de Capiovi, un viajante de El Dorado. El camino se hacía corto en medio de las sonrisas.
El regreso, los domingos por la noche tenía otro sabor, el perfume de ropa limpia y la certeza de una semana que recomenzaba. Cecilia a veces regresaba los lunes temprano, con el cuaderno y libros bajo el brazo; ambos volvían en colectivo porque en Jardín América era más difícil hacer “dedo” para viajar.
No sabían entonces, (nadie lo sabía), que aquellos viajes compartidos eran como un pequeño tesoro. Un tiempo que se iba lentamente, sin ruido, como el humo de los cigarrillos que quedaban flotando en la noche.
Por entonces había menos vehículos, los pueblos y ciudades del interior tenían menos población; se conocían todos o casi todos. En la Garita un conocido parado al costado del pavimento era reconocido por un automovilista y se detenía para llevarlo/s. Los tiempos cambiaron…
Pasaron los años y los automovilistas dejaron de detenerse. “Las rutas se llenaron de desconfianza y vidrios cerrados”, es por eso que las personas han dejado de hacer “dedo”; esperan colectivos o autos que no miran al costado.
El magnetismo de “la Garita del Kilómetro 10” desapareció con los nuevos accesos a la ciudad capital. Ya no se habla de los quince minutos para llegar a la vieja terminal de la avenida Mitre.
Pasó el tiempo…, a veces Cecilia y Horacio se cruzan en alguna reunión familiar y hablan de aquellos viajes como quién recuerda una vieja canción.
– “¿Te acordás de la Garita del Kilómetro 10…?”. Dice ella.
– “¡Cómo olvidarla, era el lugar donde el mundo todavía confiaba en los demás…!”. Respondió Horacio.
Después un silencio largo…, dulce como el eco de un tiempo que ya no existe…, pero que todavía respira en la memoria de los que tuvieron la suerte de vivirlo…
Ramón Claudio Chávez.
www.ideasdelnorte.com.ar

Una bella construcción literaria que nos habla de recuerdos y añoranzas de un pasado reciente que sueño parece. ” Se va diluyendo en la memoria” y nos retrotrae a tiempos más gentiles, menos individualistas.
Una hermosa costumbre que se fue perdiendo por qué la inseguridad la fue erradicando. Quizás hoy por hoy algunas excepciones cuando hay un par de maestras o reconocemos a alguien. También por ahí, en algún retén de la policía o gendarmería te piden si no podemos llevar a un colega, ahí es quizás un poco más coactiva la cosa, pierde espontaneidad
Ohh che tiempos!!
Infinidad de veces he viajado, primero desde la vieja seccional 4ta y después desde la garita.
Una vez viajé hasta Buenos Aires desde ahí.
Que bárbaro! La primera vez que fui a posadas y quise hacer dedo desde la garita no sabía que colectivo tomar salí desde humanidades y camine hasta la terminal de la MITRE una vez ahí se me ocurrió caminar… Mama mía que lejos! 16 km! Ya estando allá paso don Tuzinkievich. Era mi profe de educación física en la secundaria. Me reconoció y me trajo hasta apóstoles.
Cuántos recuerdos, la garita del kilómetro 10, a principio de la década del 70, si habré viajado “a dedo” desde ese lugar a San José, de allí Ami casa pegado a Punta de Oro, Adolescencia, cuántos sueños. Hermoso recuerdo Doc.