LOS HIJOS DE LA VIDA.

Imagen ilustrativa.
LOS HIJOS DE LA VIDA.
A “Roque” lo conocían en el paraje como el peón tranquilo. Hablaba poco, pero donde ponía la mano, el trabajo quedaba hecho: alambrados, arreos, siembra o reparación de techos. Vivía solo en un rancho con galpón al fondo, lo acompañaba una guitarra vieja que sonaba mejor cuando él estaba contento.
Una tarde, en el almacén del cruce, vio llegar a “Alcira”, venía con tres “gurises”; uno de la mano, otro en la espalda y el más grande empujando una bicicleta sin cadena. Pidió fiado un kilo de yerba y un poco de harina, para el cocido y las tortas fritas. “Roque” no dijo nada, pero al otro día le dejó en la tranquera un paquete con más cosas y una “esquela” que decía:
¡Si necesita ayuda, silbe!”.
Ella nunca silbó, pero de a poco, él comenzó a quedar. Primero arreglando el horno de ladrillos, trayendo leña y levantando el gallinero, indispensable en cualquier casita del campo. Compartían el mate en los atardeceres, mientras la “gurisada” corría entre ellos. “Alcira” llamaba a los niños por sus apodos, “Moncho” el más grande, “Virulana” el del medio y “Trapito” el más chiquito.
La peonada decía que “Alcira” tenía una historia pesada; tres hijos de tres hombres distintos, ninguno se quedó.
“Roque” escuchaba los comentarios y sonreía sin responder, al fin de cuentas, quién era para juzgar.
Pasó el tiempo, los gurises empezaron a decirle “Tata Roque”.
No fue una orden ni una costumbre, salió solo como el sol al amanecer.
Él, sin pensarlo se convirtió en eso, padre sin papeles, ejemplo sin discursos. Les enseñó a ensillar, a sembrar maíz, a querer a los animales y a respetar a las personas.
Nunca preguntó sobre los hombres que se habían ido.
“Alcira” jamás le explicó, porque él no lo necesitó. Entre ellos, el silencio era un pacto de amor y respeto.
“Alcira” quería tener con “Roque” una hija para completar la familia; ya se dará le decía él con los ojos encendidos de emoción. Así fue, con el tiempo nació “Carmela”, hermosa, de cabellos enrulados.
Por las noches, cuando los chicos dormían, ella le miraba y le decía:
– “¡Gracias por cargar con lo que otros dejaron!”.
Y él respondía:
– “¡Yo no cargo “Alcira”! ¡Yo acompaño!”.
Poco le importó para elegir a esa mujer los comentarios malintencionados de los pobres de espíritu, los necios y cobardes que pretenden hablar de moral cuando ellos no la tienen.
El dueño de la estancia vendió la misma y “Roque” se quedó sin trabajo; vinieron días de incertidumbre. El capataz le pregunta si quiere ir a trabajar a una estancia que quedaba cerca de Basabilbaso, en Entre Ríos. Tomó la decisión de ir, mientras la familia se quedaba sola.
Nadie pensó que la ausencia iba a doler tanto. Prometió escribir y no lo hizo, pasaron los días y el silencio se fue haciendo costumbre.
“Alcira” como siempre se levantaba temprano, pero el mate le sabía distinto. Las historias de abandono empezaron a perseguirla.
Los días fueron pasando, se hicieron tres meses interminables, las cartas no llegaban y el viento norte parecía soplar solo para recordar lo ausente. “Carmela” ya tenía cuatro años y los varones estaban grandecitos; “Alcira” no quería preocuparlos, pero ellos palpitaban su pena.
Hasta que, en una tarde de lluvia, cuando el barro cubría los caminos se oyó el ruido de un motor viejo. Era “Roque”, llegó empapado, flaco, con ropa gastada, con la sonrisa intacta.
Traía un bolso chico y un sobre arrugado…, lleno de billetes. “Moncho”, Virulana”, “Trapito” y “Carmela” corrieron a recibirlo, cubrieron con abrazos al hombre delgado con ropa mojada. “Alcira” llenó sus ojos de lágrimas, mitad enojo, mitad alivio.
El rancho se llenó de bullicio, ella prefirió esperar para preguntar; aparecieron las risas olvidadas y la guitarra comenzó a sonar mejor, como cuando “Roque” estaba contento; un olor a sopa caliente cubría la escena.
Mientras seguía la lluvia, “Roque” contaba historias del campo entrerriano, de caballos ariscos y jornales atrasados…, pero sobre todo de esas noches llena de nostalgias.
El amor tiene también, a veces, esas muecas de dolor cubiertas de silencio, esperando que salga el sol.
Se calló la guitarra…, también el bullicio de la gurisada…, felices con el reencuentro. Todos festejaron…, sabiendo que “Roque” había vuelto para quedarse…
Ramón Claudio Chávez-
www.ideasdelnorte.com.ar
Un capo “el Cuqui”!
Felizmente la vida está llena de padres/madres putativas que reconcilian al género humano, tan lleno a veces de huidas y abandonos, en donde la sangre no vale nada. 👇 pequeña historia de vida, magistralmente contada nos deja el sabor de esa guitarra con rasguidos de amor y compromiso con la vida.-
Hermosa historia, realmente… sí señor!
Es un fiel reflejo de nuestra sociedad, a lo que el escritor el amigo Doctor Chavez le pone un toque de suspenso, alegria y esperanza
Hermoso relato Doc. Me gusta el final feliz, porque me consta de otras historias de la vida real, dónde el amor paterno se sobrepone a los prejuicios y la reciprocidad filial es la mejor recompensa.
Salió solo, como el sol al amanecer.
Que grande Claudio! Una historia hermosa
hermoso relato de una historia de amor verdadero de como se puede ser feliz con lo básico
Pacto de silencio.🙌🏾