Imagen ilustrativa.

   EL CIGARRILLO DE FRAÑO.

Caía el atardecer en San Carlos, ese pueblo silencioso, cuna de la Virgen de la Natividad. Fraño, Mijalko y Tincho, regresaban a la colonia luego de una excursión de compras en el boliche. Hicieron un alto largo para beber unas copas.
La vieja camioneta Dodge, celeste y blanca, con carrocería de madera la esperaba en la calle de tierra para volver a casa.

Fraño, el mayor de todos, sesentón con más mañas que reflejos conducía; Mijalko de 28 años y Tincho de 32, se preparaban para la aventura del regreso. Ni bien partieron, Fraño saludaba con señas de luces a los transeúntes que se cruzaban en el camino. Una estela de polvo quedaba detrás del vehículo.

Algunos perros ladraban mientras se acercaban las primeras sombras de la noche, en la cabina de la camioneta conversaciones en voz alta y carcajadas amenizaban el regreso.

El motor rugía bajo la mano entonada de Fraño; Mijalko quiso manejar, pero el chofer no lo dejó.
– “¡Conozco el camino como la palma de mi mano!”. Agregó.

De pronto una liebre cruzó el camino. Los ojos de Fraño brillaron como los de un chico en carnaval.

– “¡Vamos la celeste y blanca!”-gritó y apretó el acelerador.

Tincho y Mijalko apenas alcanzaron a agarrarse del asiento antes que la camioneta encarara la curva. Pero la curva no perdonó; el vehículo siguió de largo y fue a parar de trompa al barranco, quedando pata arriba como tortuga panza arriba.

El silencio mató la alegría del chofer, la imprudencia comenzó a pasar factura en la noche en ciernes. Fierros torcidos, olor a combustible y golpes en la cabeza completaban el cuadro.

De pronto el conductor, como si nada, saca de su bolsillo papel para armar un cigarro tipo “lío” e intenta encender con su mechero.

“¡Pará, pará, largá eso!”. Le gritó Mijalko, todavía mareado.
“¡Querés que explotemos acá adentro?!”.

– “¡Dejate de joder Fraño!”. Sumó Tincho, mientras buscaba cómo salir.

– “¡Estamos sentados sobre un tanque de combustible!”. Amplió.

El viejo los miró con una sonrisa cansada, ladeó la cabeza y dijo con voz firme:
– “¡Bueno, salgan ustedes que son jóvenes…, yo ya viví bastante!”.

Con esfuerzo, patadas y empujones, lograron abrir la puerta trabada y salir a la brisa fresca de la noche. Magullones en el cuerpo y algunos cortes producto del vuelco quedaron como pruebas de lo que pudo ser una tragedia. Cuando la adrenalina les devolvió algo de fuerza, empujaron la camioneta entre maldiciones hasta que milagrosamente volvió a quedar sobre sus ruedas.

La bronca por lo ocurrido no les había pasado a los acompañantes, pero prefirieron no discutir para no caldear más los ánimos. Fraño giró la llave, el motor tosió, bufó humo…, hasta que encendió. Los tres se miraron incrédulos, como si se tratara de un milagro.

Una botella de jugo que habían comprado permaneció intacta en el vuelco; fue como un bálsamo para aplacar la sed y el momento de tensión que habían soportado.

Al final el susto acabó con “el pedo” de Fraño, se quedó en silencio como asumiendo culpas, que las había juntado a casi todas o a todas por su andar imprudente.

Maltrechos, golpeados…, ¡pero vivos! regresaron al camino con destino a la casa de la colonia.

Desde entonces, en cada reunión de vecinos, la anécdota volvió una y otra vez. La noche en que la camioneta casi vuela por culpa de una liebre y donde lo único que parecía importar era “el cigarrillo de lío” que Fraño intento encender…

Ramón Claudio Chávez.
www.ideasdelnorte.com.ar

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5 thoughts on “EL CIGARRILLO DE FRAÑO.

  1. Un hermoso relato tipico de las Colonias de Campo.Me hece recordar a mis tiempos vividos en Las Breñas_ Chaco. Esa similitud de circunstancias sociales, son de origen geneticos.Parece que Misiones y el Chaco…., fueran iguales, por la gente DIGO.

  2. Un drama que no fue tragedia pintado magistralmente por el autor. Una época y sus protagonistas envueltos ya en la bruma del tiempo, junto a una máquina que marcó una epopeya de caminos de tierra y alcohol barato.-

  3. Que buena historia! No dejo de pensar en la ocurrencia de prender el cigarro y el hecho de que la camioneta volviera a andar o día sería solo chatarra.

  4. En circunstancias extremas, como la descrita, sus protagonistas pueden tener reacciones insólitas para superar el estupor. Supongo ese habrá sido el caso de Fraño, se refugio en un hábito cotidiano para asumir gradualmente que estubieron cerca…Felizmente el episodio quedó para la anécdota.

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