EL CAFÉ CENCI.

A la salida del viejo Colegio Nacional, nos juntamos en la calle con Estela Barolín, Ester Cariaga, Titi Malvasio y yo para hablar un rato sobre la tarde.

 Tuvimos una mañana agitada con la Crespo en Física, la Polla Duré, que nos machacaba “con las oscuras golondrinas” de Gustavo Adolfo Becquer, la Pomelo Malvasio que nos miraba de reojo con sus anteojos oscuros. Para colmo la profesora de Música nos quiso amonestar porque el Flaco Pezzone metió una tabla detrás del piano y no sonaba ninguna nota.

 La cita obligada era en los bancos de la Plaza principal donde siempre un conocido aparecía y las charlas bajaban juntas con el sol de la primavera.

 El tipo en bicicleta que aparece en la foto, no era del Colegio, solo sabíamos que vivía cerca del boulevard.

 A las cinco y media nos sentamos en un banco de plaza, frente a la policía porque daba sombra.

 Seguíamos comentando el despelote con la profesora de Música que pidió amonestaciones colectivas, por suerte el sentido común de la señorita Trull nos salvó del escarmiento.

 Titi Monsalvo quería ir a Danubio para ver si “Zapatos rotos” estaba incluido en el disco Sótano Beat, yo le dije que no lo había escuchado, recordaba una canción de Carlos Bisso y su conexión N° 5, (Carlos Bisso ese que cantaba con guantes).

 Fuimos igual y se convenció que no estaba.

 Al ratito paso Kelencho Rojas y le invitamos a compartir la tertulia, pero fiel a su estilo, nos dijo que tenía cosas que hacer.

 El que se arrimo con su Peugeot Blanca fue Roger Fenol y conversó con nosotros con su voz “afrancesada”.

 Roger era” marroquí”, pero para toda la gente formaba parte de la “banda de los argelinos”, que no sabemos bien porque razón se instalaron en La Paz y sus alrededores.

 Boludeamos un rato entre chistes y risa, yo miraba de reojo a las chicas del Colegio Nuestra Señora de Merced que estaban en un banco cercano, pero miraba nomás porque “ni ahí”.

 Estela Barolín, con buen criterio, sugirió que nos sentáramos en el Café Cenci, donde los mozos atendían con cordialidad a los chicos de nuestra edad.

– ¡Además siempre te encontrás con alguien conocido!

 Cruzamos la calle y ocupamos una mesa desocupada de la vereda.

 Ester Careaga nos dice en un tono de confidencia que tenía que encontrarse con el Flaco Baldassini, mientras tanto nos saludamos con los amigos de los otros cursos que como nosotros disfrutaban de la tarde.

 Esos tiempos felices donde lo sencillo podía ser profundo, soñábamos con el amor bello y un mundo mejor.

 Se hizo de noche y empezamos a despedirnos; Roger me pregunto:

¿A dónde vas?

Le conteste como el final de “La extraña de las botas rosas”:

– ¡Vuelvo a casa!

Ramón Claudio Chávez.

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