Por ABEL MARIANO LOBAYAN. Presidente del Grupo de Escritores de Apóstoles y la región. GEAyR.
La antigua terminal de colectivos de Apóstoles, ahora reciclada como “Casa del Mate”, podría contar muchas historias de encuentros y desencuentros. De llegadas felices, anheladas o sorpresivas. Los viajeros bajando del “Cóndor”, “El Zorzal” o “Warenycia”, con la mirada ansiosa y alegre del que busca reconocer al ser querido que espera. O las despedidas apasionadas, las indiferentes, las tristes, cortadas en un sollozo o las definitivas, que marcan una huella indeleble en el alma, como quien horada la corteza de un árbol con un cuchillo para grabar un corazón roto.-Ese lugar de la Plazoleta Sarmiento fue terminal de autobuses en largos y lejanos tiempos de tierra colorada al desnudo en todos los caminos de la región. Apóstoles era un pueblo agrícola minúsculo, en donde circulaban casi con exclusividad los carros y carritos “polacos”, algún sulky y los camiones pequeños como el Ford Cuatro o el Chevrolet BB, escasos automóviles, casi todos de color negro y origen de un país del norte. Los viajeros esperaban a los transportes colectivos en la parada, mayormente mujeres y niños, ya que los hombres solían acortar el tiempo de espera en un bar aledaño que todavía existe.-Una jovencita rubia, con un pequeño bolso y una valija mediana de cartón esperaba sola, muy quieta y ensimismada el ómnibus de las diez a Posadas. Se la veía tensa y triste, observando como asustada los alrededores. Apartada de la gente, como doliente, de a ratos parecía que rezaba. Llega su colectivo, era “El Cóndor”, azul y blanco, que hacía el recorrido hacia Posadas en dos horas, si nada rompía la rutina del viaje. Una lluvia, por ejemplo.-Ella, frágil y menuda, ya subiendo al ómnibus con sus petates cuando, repentinamente llega corriendo un joven fornido, trigueño su pelo largo. Él gesticula, amenaza, llora y el portón se cierra. La muchacha solo asoma por la ventanilla para decirle con voz sollozante: -se terminó, nunca más, me voy y no me sigas. El hombre se retira apenado y furioso rumbeando a la cantina de Chinyerski cruzando la calle y se pone a beber caña.. Solo y rendido, transforma su amor y desencanto en desesperación y odio profundo. Ya bebido sale a caminar al anochecer tomando un camino rural.-Al amanecer del día siguiente, un agricultor que venía al pueblo en su carro, encuentra a un hombre joven colgando de la rama gruesa de un curupí, al costado del camino. La faja que llevaba, había aguantado bien y acabado con la pena en un trámite doloroso, pero breve. Alguien señaló el lugar con un crucifijo de madera de lapacho y , justo en el sitio preciso, nació una flor de nomeolvides. Algunos dicen que fue sembrada allí por una mujer rubia que pasó doliente como un espectro.-Cuando ya caía la noche, la gente cruzaba temerosa por el lugar, y se comentaba que en luna llena, una sombra aun vigila el añejo curupí,-Los que se quitan la vida tienen mala fama, ya que se cree, sus almas se condenan a vagar en cercanías de la densidad de la tierra. Antiguamente los suicidados no debían ser sepultados en camposanto, costumbres que lentamente fueron cambiando.-
(Abel M. Lobayan. GEA y R. “Aprendiz de las Letras y de la Vida”.),- Setiembre del 2020.

5 respuestas
Excelente! pobre, se mató por ese amor….
Muy bueno Abel.Una historia que conmueve poéticamente expresada
Abel! Que sorpresa! Por dónde quedó esa cruz? También tengo mis recuerdos de aquella vieja terminal! Juntaba las tapitas de gaseosas detrás de la barra para completar los albums!
Muy bueno Abel!
Me gustan las historias de pueblo. Esta es muy linda!