PETRÓLEO CHAMORRO.

Imagen Ilustrativa.
PETRÓLEO CHAMORRO.
Nació en el kilómetro 10 de El Dorado, desde chico lo apodaron “Petróleo” Chamorro. El apodo, como suele pasar en los pueblos, le quedó pegado más que su propio nombre. Al terminar la secundaria, armó un bolso con ropas, una vieja radio y el sueño de estudiar Comunicación Social en la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Misiones.
Posadas lo recibió con ruidos de colectivos, vendedores de chipa, alquileres caros y esa mezcla de esperanza y desarraigo que sienten los jóvenes del interior cuando van a la capital. En los pasillos de la facultad conoció a Carolina Flores, de Candelaria, estudiante de Antropología. Ella le hablaba de rituales, de pueblos originarios, de costumbres; él de noticias, de crónicas y de Boca. Charlas van, charlas vienen, mates en las tardes y comenzaron a salir. Cómplices en la vida de estudiantes, las fotocopias del quiosco, las tardes mirando el río soñando con un futuro que se dibujaba grande.
En las familias de ambos los ingresos económicos eran bajos. Los alquileres subían y un día, casi sin decirlo en voz alta, dejaron de cursar. No fue una decisión deseada, más bien un desgaste silencioso. Dejaron de ir a clases como quién va dejando de visitar un lugar querido, con la excusa de “mañana retornamos”.
“Petróleo” logró ingresar a la Administración Pública en el “Iprodha”, allí revisaba papeles y expedientes de viviendas. Carolina, tiempo después, entró a la Secretaría de Desarrollo Social. El sueldo fijo les trajo algo de alivio, aunque con él llegó la certeza que aquel futuro universitario fue quedando atrás.
Les adjudicaron una vivienda en el “Barrio Itaembé Miní”, cerca de la Ruta 213. Las mañanas de invierno los fotografiaban tomados de la mano esperando la línea 15 para venir a trabajar. Los fines de semana, “Petróleo” jugaba al fútbol en una cancha con más tierra que pasto… y Carolina, mataba el tiempo pintando en un caballete con colores vivos que expresaban esperanza.
Tuvieron dos hijos, Aitana y Felipe, la niña ya tiene 9 años y Felipe 7. “La tele” muestra los partidos de fútbol y las telenovelas turcas que consume Carolina; el asado del domingo reúne a la familia que se quedó viviendo en la capital.
Candelaria quedaba cerca, El Dorado un poco más lejos, algunos fines de semana iban porqué los niños preguntaban por los parientes y ellos extrañaban los tiempos de la adolescencia.
Atrás quedaron las noches de “Tauro”, en la calle Córdoba, donde “Petróleo” iba con gente de la universidad; también las noches de cumbia con Carolina en “Metrópolis”, cambiaron por pizzas y cerveza en la casa del barrio.
Los fines de semana la casa de “Petróleo” y Carolina se parecían mucho a los de cualquier vecino del barrio. Aitana y Felipe salían temprano a la calle del frente, inventaban juegos con los chicos y llenaban la vereda de gritos y bicicletas.
No era extraño que el lugar estuviera lleno de historias parecidas. Vecinos de Montecarlo, San Pedro, San Vicente, Oberá…, todos habían llegado a la capital por la Universidad o un trabajo que en su pueblo no había. Entre todos levantaron una comunidad hecha de recuerdos del monte, del río, desde la misma tierra adentro, de una nostalgia que compartían como un idioma.
La ciudad los recibió con los brazos abiertos, nunca se sintieron lejos del todo. Mientras la música de un vecino cruzaba los linderos de las viviendas, bailaban con placer propio de los jóvenes que no olvidaban aquellas fiestas que los encontraban cuando aún los niños no habían nacido.
Muchas veces pasaron por la Facultad de Humanidades, todavía estaba el quiosco donde hacían fotocopias. En la esquina de Colón y Tucumán, Don Renato, el viejo vendedor de chipas. Sus compañeros de clases también se habían marchado.
Entre risas y conversaciones, asomaba una certeza silenciosa, no terminaron los estudios, tampoco regresaron al pago, pero esa frase de “mañana retornamos” todavía mantenía la llama encendida.
Cuando les contaban a los niños los tiempos de facultad, le explicaban que iban por los sueños y el amor los encontró en los pasillos universitarios. Se fueron sin culpas, entendiendo que la vida les había señalado otro camino. Estaban orgullosos de Aitana y Felipe, eran tiempos de cambios, con la ilusión…, el deseo…, la esperanza…, volver a la universidad con la posibilidad de recomenzar otra vez…
Ramón Claudio Chávez.
www.ideasdelnorte.com.ar
Situaciones que se plantean a diario en todos los pueblos chicos, la falla de futuro para los jóvenes.
Aquí es donde debería intervenir el estado y dejar de hacer la vista gorda, tratando de brindar posibilidades a todos esos jóvenes que migran a la ciudades en donde son golpeados por una realidad cruda e implacable, los costos de vida.
Esas migraciones solamente traen pobreza y en consecuencia, problemas, que en su mayoría buscan mitigar en vicios como el alcohol y las drogas.
No fue el caso de Petróleo y su compañera pero seguro que el de más de un compañero.
Muchas situaciones particulares vividas ,muchos recuerdos vuelven al leer el relato, pintado con maestría por el autor.-
Sin lugar a dudas es la historia de muchos, volver a los claustros universitarios si podrían, incluso hoy hay variantes gracias a la tecnología, pero ya no volverán a esa época que añoran. De cualquier manera consiguieron un conchavo en la administración pública, que hoy por hoy, no es poca cosa, de ahí para arriba…ya depende de ellos
Es una realidad muy argentina, porque suendo la universidad gratuita tristemente inician muchos y no pueden terminar. A algunos les va bien ottos no tanto. Mas del hermosio y entretenido rrlato refleja una gran solucion. Mas alla de la universidad gratis, el gobierno u otras instituciones deberian becar a alumnos destacados y con vocacion con aportes en dinero no solo conedores ni alojamientos gratuitos
Es evidente que el autor conoce bien la realidad y la redacta con mucha solvencia
Otra historia más de la “ciudad desnuda”.
A ver quién se acuerda de dónde “saqué” eso.